La creatividad literaria
Del mismo modo que José Antonio Marina, el escritor santanderino considera, dando por supuesta una cierta predisposición y dejando de lado la autocomplacencia, que el talento puede enseñarse
He leído con gran satisfacción y curiosidad este libro de conversaciones entre JAM y AP. Reconozco mi voz y la de JAM intercalándose en un interminable diálogo lleno de coincidencias y disidencias que al final siempre es fecundo para ambos. Estas conversaciones están integradas dentro de un proyecto absolutamente admirable que es la Biblioteca UP, la Universidad de Padres. Me interesa subrayar la capacidad que JAM tiene para trabajar no solo individualmente, sino también para crear equipos de producción intelectual. Esto es de inmensa importancia en un tiempo como el nuestro, de inventividad encogida, individualizada, fragmentada. Este es un tiempo melancólico. ¿Es posible pensar sobre un objeto determinado a la vez desde perspectivas individuales distintas y es, sobre todo, posible crear objetos fascinantes, originales, artísticos, entre varias personas? ¿Es posible enseñar a hacerlo?
Los escritores padecemos a veces un solipsismo inconsciente, un cierto desdén por la colaboración. Una novela o un poema es un artefacto singular que aparece a través de un lenguaje universal pero que solo alcanza su consistencia específica mediante un creciente esfuerzo de singularización expresiva. ¿Se puede enseñar a hacer este esfuerzo? Al cabo de los años yo he llegado a la conclusión de que sí se puede. Y en este sentido mi colaboración con el trabajo de JAM es sincera. Pero no puedo, a la hora de elogiar este libro, dejar de proponer al lector alguna de las dificultades más características. Los dos, JAM y yo, reconocemos que hay un nivel de competencia lingüística y expresiva que puede enseñarse a todos y que deben idealmente poseer las nuevas generaciones. Más allá de esto comienzan las preguntas acerca de la excelencia literaria que, aunque no es solo individual —se requiere una lengua universal conocida por todos para poder comunicarse—, no acaba de surgir del todo tampoco sin un esfuerzo de singularización muy grande. Aquí es donde yo veo surgir las dificultades. ¿Vale la pena tratar de enseñar la excelencia literaria? ¿Hay alguien dispuesto a acceder a ella mediante un aprendizaje? ¿No cree, en el fondo, todo el mundo que a la excelencia se accede solo? De la misma manera que en la cima del Monte Carmelo para el justo no hay ley: él mismo es su propia ley de invención espiritual, así también, en la cima del Parnaso no parece haber más ley que la del gusto individual, el talento individual. ¿Puede este talento enseñarse? A estas alturas de mi vida, creo que puede enseñarse, sí, pero a condición de que el que lo aprende quiera aprenderlo, porque es un esfuerzo arduo que implica renunciar a la autocomplacencia fácil que, una vez alcanzado un cierto nivel, todos sentimos ante nuestras propias obras.
Es desesperantemente difícil explicar a un autor de un manuscrito, qué es mejorable en él y por qué no es excelente. ¿Hay reglas generales que podamos aplicar? A los concursos literarios se presentan cientos de novelas y de poemas. Yo he participado como jurado en alguno de esos concursos. Encuentro terriblemente difícil decir por qué no me gusta lo que no me gusta, y cómo, dado un mismo material, lo haría yo. Y la primera dificultad es, por supuesto, que el autor de ese manuscrito no considera que mi juicio sea superior al suyo. En este animoso programa de JAM, el aprendizaje de la creatividad literaria a nivel de excelencia me parece la parte más ardua del proyecto. También, quizá, la menos urgente. ¿Para qué poetas en tiempos de necesidad? Deseo que el lector de esta reseña lea el libro que tiene entre sus manos, La creatividad literaria, firmado por JAM y AP, desde la perspectiva de estas inquietantes preguntas. Nosotros hemos dialogado, como siempre, con entusiasmo y con honradez. ¿Hemos conseguido demostrar que la creatividad excelsa es algo que puede enseñarse?