La literatura del artículo
Ligada a la actualidad, a episodios autobiográficos o a sus devociones literarias, la labor periodística de Marías ocupa un lugar relevante en el conjunto de su obra
Uno de los varapalos más imponentes que hemos recibido críticos y profesores, los “profesionales de la literatura”, lo firmó hace muchos años, en 1998, Eduardo Mendoza. Sigue sin haber escritor y caballero más británico que él, sin flema británica pero sí con todo lo demás. Ante “El extraño caso de Javier Marías”, escribía Mendoza en un artículo en El País, parecía mentira la tosquedad trivial con la que nos ocupábamos de sus obras. O nadie atendía o nadie entendía, o las dos cosas. Y menos todavía después de Negra espalda del tiempo.El libro no escondía trifulcas ni enfados del autor y provocó lo que estaba en su naturaleza provocar: una considerable alteración sísmica en el medio, con banderías inmediatas. Posiblemente eso debió contribuir a leerlo al bies, o a leerlo pensando en damnificados antes que en el libro mismo. Mendoza creyó que una razón poderosa para escribir aquel experimento, híbrido entre novela y periodismo, según él, estaba en el intenso articulismo de Marías de los últimos tiempos, en la década de los noventa, por tanto.
A Mendoza no se le escapa nada, y entonces tampoco. Era verdad que Marías había ido dejándose seducir por esta suerte de intervencionismo directo y ágil, inmediato y actual en la prensa. Y me parece que era verdad también que ahí había encontrado una forma de injerto de la vida civil y sentimental del autor real (o fantasmáticamente real) en la novela o la narración. Desde ese libro, y sobre todo desde Tu rostro mañana, Marías parecía incorporar de forma natural y cada vez más intensa parte de los materiales que ocupaban su articulismo, como si hubiese encontrado la vía para tamizar de ficción sus propias opiniones, contundentes o no.
Porque las de veras contundentes estarían reservadas en adelante para la prosa más seca y despojada del articulismo semanal o regular, en particular el que practica en los últimos años desde los suplementos dominicales, ahora en El País semanal y antes en El Semanal. Pero no eran así sus primeros artículos o lo eran sólo cuando había un enemigo a batir o una diana en la que acertar, como en el clásico de la literatura satírica reciente “Seis recomendaciones superficiales a los críticos jóvenes”, de 1990. Dicho de otro modo. Hasta mediados de los años noventa, Marías estuvo en sus artículos más cerca del tono y el estilo de los narradores de sus novelas, como si aún el artículo fuese una extensión natural del novelista o aún no hubiese independizado una y otra escritura. Hoy creo que lo están del todo, incluso creo que ha acentuado la distancia entre uno y otro, ya no sé si para proteger al narrador de contagios indeseables o para cargar sobre el articulista la libertad más conversacional y directa.
Pero hay más puentes, y uno de ellos es quizá el que explica la calidad literaria y sin causa, autónoma, de los mejores artículos de Marías. Aludo a aquellos en los que no es la actualidad quien manda, ni es el esbozo de una denuncia o de una perplejidad sobre sucesos sociales o políticos. Su mejor articulismo creo yo que está desplegado en varios libros que respiran con un nivel de necesidad más honda que la réplica inmediata. Por decirlo muy directamente: en aquellos que fluye o se articula la experiencia autobiográfica, Marías resuelve el artículo con la literatura de sus mejores páginas de novelista, con la misma convicción y la misma ductilidad, con la misma tensión de estilo y el mismo instinto de precisión.
Cuando fluye la experiencia autobiográfica, Marías resuelve el artículo con la literatura de sus mejores páginas de novelista, con la misma convicción y la misma ductilidad, con la misma tensión de estilo y el mismo instinto de precisiónLas semblanzas que dedicó a una veintena de escritores muy vividos están reunidas en Vidas escritas (1992) y desde luego vividos son los de Literatura y fantasma (1993) o los de Miramientos (1997) y no sólo ni principalmente porque tratase a los escritores como personajes de ficción. Y quizá lo mismo vale decir de otra compilación afortunada, Mano de sombra (1997), en la que desliza alguna confidencia que puede explicar sus mejores artículos: “los novelistas tan sólo cuentan, y al contar comprenden”. Es el lema de la narrativa de Marías y de buena parte de la mejor literatura occidental del siglo XXI, pero creo que vale también para sus artículos, para aquellos donde no está prejuzgada la lección sino que llega como le llega al novelista: averiguándola con la escritura.
Por eso funcionan esos textos sin anclaje a realidad alguna: explora amistades o evoca experiencias cinematográficas, relee a autores y novelas o regresa a personajes como si estuviese activando ahí las energías que convoca el novelista. Hoy los leemos no como sus novelas pero sí como literatura. Es verdad que a menudo despista el propio Marías para que creamos que la batalla es más batalla que literatura. Por ejemplo, cuando subtituló la antología Vida del fantasma con esta línea fosforescente: Entusiasmos, bromas, reminiscencias y cañones recortados, en el último caso con un préstamo amistoso, y en los demás con una deliberada entonación ruidosa. Y sí, por supuesto que había de todo eso en los artículos, y hasta la colección en que aparecieron se prestaba a esas expansiones. Se titulaba en El País/Aguilar “El viaje interior” pero miraba al exterior, incluidas las anotaciones al margen de mano de los propios autores. Los mejores gamberros, además, han estado siempre cerca de Marías, y no digo el equipo completo pero a muchos de ellos los censó él mismo en ese prólogo a Vida del fantasma. Cuando ya no vivía Juan Benet y aunque falten Fernando Savater, Agustín Díaz-Yanes o Francisco Rico, eran los siguientes: Eugenio Trías, Félix de Azúa, Alberto González Troyano, Víctor Gómez Pin, Javier Fernández de Castro, Ferran Lobo y Carlos Trías. La lista se remonta a su etapa barcelonesa, hacia 1977, y no hago el recuento de otras ausencias para no torcer el rumbo.
En el libro había de todo, que es lo que ha habido siempre en sus libros de artículos, y por eso también llegaba el rastro que muchos conocimos en Pasiones pasadas, publicado por Anagrama en 1991, cinco años después de haber obtenido el premio Herralde de novela con El hombre sentimental. Ya estaban ahí las evocaciones de Juan Benet pero estaba también la tentación de la evocación más antigua, hacia esa reducida multitud de clercs que rodearon a su propio padre, Julián Marías, y que tenían algo de resistentes de otro tiempo a la brutalidad del franquismo, aunque muchos de ellos estuviesen atados a él. Por eso su segunda novela, Travesía del horizonte, se la hizo leer antes a Dionisio Ridruejo que a Juan Benet, temible y socarrón y, sobre todo, sin el don pedagógico de Ridruejo.
Y estaba ya, por supuesto, “el tío Jesús”, el mismo que ha reaparecido en más páginas suyas y que ayuda a explicar otra de las geografías de su articulismo literario: el cine como vivencia y fascinación, el cine y los amigos cinéfilos, el cine y la memoria del cine. Quizá precisamente porque cuando habla de cine y literatura se difumina el cascarrabias o el observador insolentado, tengo una debilidad cierta por una de las antologías más armónica y a la vez intrigante del autor, aunque la preparó Inés Blanca. Se titula Aquella mitad de mi tiempo y no engaña en el subtítulo tampoco: Al mirar atrás. Apareció en 2008, en torno a sus 55 años, y para mí vienen a ser a día de hoy las memorias que no imagino a Marías escribiendo. Ahora es una autobiografía al trasluz, titubeante a veces, fulgurante otras y a menudo discreta, pero casi nunca sin lo mejor de Marías: la rebeldía ética, la insumisión a la pereza mental, la introspección matizada, la voluntad de verdad o el recorrido cordial por una realidad que alguna, sólo alguna vez, le sume en melancolías difusas. El resto es plena alegría literaria.