Los restos del Imperio
Muchas autoras portuguesas han tratado el tema de la descolonización, el desarraigo y los estereotipos raciales desde una sensibilidad distinta, novedosa y comprometida
La literatura portuguesa contemporánea tiene muchas moradas, pero la puerta a la que más llamo es la que ayuda a hacer el viaje al mundo que es testigo del choque entre los europeos y los visitados alrededor de la Tierra, para usar una expresión suave al referirme a una batalla que continúa tan presente en nuestros días. Se suele mencionar El corazón de las tinieblas como la obra que abre el inventario de la reflexión acerca de los desmanes de los europeos sobre los pueblos colonizados, quebrando el tabú de silencio ochocentista que le permitía todo al colonizador en nombre de una supuesta misión civilizadora. Exterminate all the brutes, las palabras del personaje Kurtz, resonaron durante todo el siglo XX como prueba de esa ignominia, y ahora que se impone hacer el viaje opuesto, el tema atraviesa las literaturas universales que se han convertido en el blanco de un ajuste de cuentas no pacífico. Los libros de las mujeres que transportan el mapa geopolítico del imperio colonial a la literatura que vale la pena leer, iluminan relaciones humanas que aportan motivos para un nuevo entendimiento y otro tipo de humanidadEn este dominio, la literatura portuguesa, a partir de la Revolución de los Claveles de 1974, ha contribuido decisivamente a enriquecer el imaginario europeo, proporcionándole la perspectiva de una nueva alteridad, extraída de la experiencia traumática de la guerra colonial en Angola y Mozambique. Escritores como Lobo Antunes, Almeida Faria, João de Melo, Carlos Vale Ferraz o Manuel Alegre han basado y continúan basando sus narrativas en esa experiencia cosechada en el campo de las armas por las selvas de África. Fueron testigos vivos de un corte umbilical por cesárea entre un imperio de quinientos años, que se pudría al sol en la nueva Historia, y el deseo de vida de nuevos países que anhelaban legítimamente sacudirse el yugo del dominador. Hoy día, difícilmente el imaginario europeo sobre la alteridad puede prescindir de esos viajes alucinados, con una G3 en bandolera, y la prueba es que escritores más jóvenes, como Pedro Rosa Mendes, João Ricardo Duarte o Bruno Vieira Amaral, continúan haciéndose eco del mundo que quedó de esa difícil amputación, mostrando que existe un continuum que está lejos de cerrar la puerta e iniciar un nuevo ciclo.Si esa literatura la escribieron sobre todo los que hicieron el viaje y lo sufrieron en la piel, los escritos de las mujeres que surgen ahora, que han regresado de parajes distantes, o simplemente atentas a los ajustes de cuentas con los restos del Imperio, ofrecen una visión distinta del mundo y una nueva estética. Los libros de las mujeres que transportan el mapa geopolítico del imperio colonial a la literatura que vale la pena leer, iluminan relaciones humanas que aportan motivos para un nuevo entendimiento y otro tipo de humanidad. Enseñan sin enseñar, enseñan narrando vidas singulares con alma y fulgor verbal. Poéticas muy propias que vale la pena tener en cuenta.
Entre otros, cito los casos de Isabela Figueiredo y su Cuaderno de memorias coloniales (2009), escrito en primera persona. En él, el padre de la narradora y su círculo surgen como prototipos de los colonizadores xenófobos, usurpadores de la identidad de los colonizados. Porque el libro tiene la autenticidad de lo vivido, y resulta de un combate íntimo sin cesiones; la historia personal que se narra y el dibujo de los caracteres permiten erigir, en medio de los relatos oficinales, un espectro de carne y hueso que habla por toda una mentalidad que no desapareció con el regreso de los portugueses a la metrópolis, sino que sigue existiendo. Exterminate all the brutes es la frase oculta que subsiste en el libro de Isabela y salta a las pantallas de nuestros días como un nuevo orden internacional. Cuaderno de memorias coloniales no es un libro del pasado, es un libro del futuro. Por cierto, la experiencia narrada por Isabela encuentra su réplica, centrada también en Mozambique, en la memoria evocada por Paulina Chiziane, aunque en sentido contrario, sobre el racismo militante de su padre contra el hombre blanco. Otro caso es el de Retorno (2011) de Dulce Maria Cardoso. Se trata de un libro sobre el regreso de los que se quedaron allá lejos sin tierra, sin patria y sin casa, como consecuencia de la revolución que invertía la política para África de Salazar, y del consecuente anuncio de la independencia de las antiguas colonias. Dulce Maria se vale del personaje de un adolescente de quince años que narra las vivencias de los expatriados de Angola, acomodados en hoteles en Lisboa, en el auge del proceso revolucionario. Se trata de la descomposición de un mundo que acaba en el orden público pero permanece intacto en el orden psicológico, con sus múltiples grados de desorientación, choque con la hipocresía, la venganza, la dureza de una nueva vida sin techo propio. Libro que denuncia, pacifica e integra, libro que proclama que otro modelo de acogida es posible.
Jóvenes mujeres portuguesas han escrito también otros libros sobre el retorno, aunque el tema aparezca sumergido en experiencias personales, más próximas a los minuciosos estudios ontológicos que a los viajes históricos iluminados por la intimidad. Sin embargo, no dejan de ser menos desgarradores en la sutileza de su desvío hacia lo que parece marginal y eventual. Sirva de ejemplo el libro de Djaimilia Pereira de Almeida, Ese pelo (2015), donde a propósito del pelo rizado de un niño que entra en Portugal con tres años, y atraviesa la vida hasta su mayoría de edad luchando con ese pelo afro mal disimulado, se alzan las relaciones cruzadas de cuatro generaciones, entre Angola y Portugal, a lo largo de cien años. O Ana de Amsterdão (2016) de Ana Cássia Rebelo, diario íntimo de una mujer que se muestra luchando con la realidad brutal de lo cotidiano. Su origen —es también natural de Mozambique— subsiste como telón de fondo para una confesión de un malestar controlado por la escritura. La relación con un mapa lejano instalado en el cuerpo y la memoria se cruzan en una escritura fulgurante, abismal, donde las entrañas del cuerpo y los rincones escondidos del alma se exponen a la luz de las páginas de una forma inusitada en la literatura portuguesa.
Pero yo diría que las narradoras jóvenes que más destacan actualmente en Portugal tienen como referencia, casi todas ellas, lo errante portugués, en su aspecto de viaje lejano, de viaje reciente, de colonización, descolonización, retorno y memoria de un espacio que se sitúa fuera de la geografía metropolitana portuguesa. No queriendo ser exhaustiva, cito nombres como los de Patrícia Reis, cuyos libros, centrados en la familia, se hacen eco de esa diáspora disforme, residual, que se manifiesta entre la mesa y la biblioteca. Alexandra Lucas Coelho e Inês Pedrosa revisitan en algunos de sus libros el espacio sudamericano, explorando un puente de afecto y de desafecto entre Portugal y su antiquísima colonia, continuamente traumatizada por esa relación ancestral. Leer los libros de ambas supone entrar en un nuevo imaginario cuyo punto de unión propone, de una forma crítica, pero libre, crear un nuevo mundo que aproxime a las dos márgenes del Atlántico. El retorno de un barco negrero naufragado a lo largo de las costas de Brasil, sirve a Ana Margarida de Carvalho para construir la narrativa coral de su libro No se puede vivir en los ojos de un gato (2016), creando, a partir de una acción situada en el pasado, una parábola para los náufragos de nuestros días.
Estas son mis preferencias de memoria. Difícil elección. No se puede ser del todo libre al describir un árbol cuando nos encontramos sentados en una de sus ramas, una vez que los restos del Imperio son mi tema. En este ámbito, mi rama principal se llama La costa de los murmullos (1988) y Margarida Cardoso hizo una película a partir de esa novela. El libro y la película andan por ahí. Nunca sabemos cuándo vive una obra por encima de su tiempo. Solamente cuando su valor artístico es más fuerte que su circunstancia. El tiempo lo dirá. En cualquier caso, tal vez el mundo que está naciendo necesite estas anatomías de las almas como promesas seguras de supervivencia.