Maestro de maestros
En sus estudios sobre la obra cervantina, el gran medievalista Martín de Riquer dotó al lector del andamiaje preciso para reconocer su hondura y su riqueza
El primer Quijote que leí estaba prologado por Martín de Riquer, en el número 1 de la colección Clásicos Universales de Planeta: unas ediciones blancas y elegantes, en un bolsillo cómodo y esbelto. Recuerdo aquel estudio introductorio como un universo autónomo y exento, un mar propio que se podía saltar, como cualquier prólogo, pero que te ofrecía, a poco que te aventuraras a nadar en él, encadenando brazadas de erudición cervantina, la llave secreta para abrir las puertas entornadas de una eternidad desconocida. Una afirmación tan rotunda como “maestro de maestros” se cumple con Riquer: verdadero sabio de la literatura, formó a generaciones de profesores y estudiantes universitarios tan destacados como Gabriel Oliver, Sergio Beser, Salvador Clotas o Carlos Pujol. Y con un océano literario se encontrará quien se asome a sus estudios sobre el Amadís de Gaula, El cuento del Grial, La Chanson de Roland o su obra Los trovadores, y sus ediciones de Tirant lo Blanch y, por supuesto, el Quijote.En Para leer a Cervantes (Acantilado, 2003), el lector tendrá una enciclopedia concentrada y despierta, vibrante y al alcance de la mano, de todo el cervantismo de Riquer, compuesta por el texto ampliado de su mítica y muy difundida Aproximación al ‘Quijote’ —Biblioteca Básica Salvat de RTVE, 1970—, Cervantes en Barcelona y Cervantes, Passamonte y Avellaneda. No estaremos, o no únicamente, ante una explicación de lo que el lector va a descubrir en el Quijote o en las demás obras cervantinas, esa letra pequeña que vuelve interminable el pie de página, sino ante la auscultación de un organismo vivo, su reconocimiento sobre el mapa del tiempo, explicando las partes y también sus dolencias, las heridas dormidas y las cicatrizadas, los credos, sus razones, los largos desengaños, dotando así al lector del andamiaje preciso para reconocer su hondura y su riqueza con una verdadera plenitud personal.
La auténtica dificultad del Quijote no se oculta en su bosque aparente de palabras más o menos arcaicas, porque quien no saque del contexto el significado de “adarga” sólo tiene que abrir el diccionario. Nacemos sin saber, y hay belleza en ese aprendizaje. La dificultad del estudio nos recuerda que hay un universo anterior a nosotros al que debemos respeto, esfuerzo y atención. Y todo el mundo entiende, en esencia, la fábula increíble del hidalgo lector de libros de caballerías que se vuelve loco.
Lo que quizá cueste más, para un lector de hoy, más allá de un castellano antiguo, sí, pero lleno de vida, con una acción que saca adelante sobradamente su significación, sea comprender el alcance de la literatura caballeresca: ese imaginario de héroes y gigantes, con sus damas y reinos, ínsulas y magos, dragones y encantamientos, que fueron la ficción, y también el sentido de la gesta, la valentía y el honor del caballero frente a su destino. Si unimos a eso la colisión de los valores medievales con la Edad Moderna, la crisis del poema como respiración sociológica y la aparición de la novela moderna —el Quijote—, la tensión entre sueño y realidad, el ideal y su devastación por los avatares de la vida, el gran reto será entender realmente ese mundo, y la detonación interna hacia el futuro de vida y literatura que supone la obra de Cervantes.
Ahí entra el maestro Martín de Riquer, investigando en viejos códices, con esa nobleza artúrica que también amaba a Proust y Baudelaire: no allanando el camino, sino dándonos argumentos para aprender a recorrerlo y gozarlo por nosotros mismos.