Magisterios del lenguaje
Sin lector no hay literatura. Lo dice un maestro del lenguaje, un rebelde de la palabra que aprendió a ser escritor a través de la lectura: ese tiempo de silencio e indagación al que siempre ha mirado de frente, al que nunca le ha vuelto la espalda. Una relación íntima de más de cincuenta años de complicidad, a la que rinde memoria y placer el reciente Premio Cervantes. Pero este voluminoso libro no es solo un compendio de prólogos, reseñas y conferencias en las que nos cuenta qué ha leído. Caballero Bonald convierte este viaje, a través de sus autores y libros predilectos, en un hermoso mapa sobre la forja de un lector exigente y eficaz, en una aventura acerca de la desobediencia poética y en un magistral manual de literatura.
En las más de seiscientas páginas, Caballero Bonald disecciona con rigor y precisión, con ironía en algunos casos y con devoción en muchos otros, sus títulos imprescindibles, otros perecederos y algunos heridos —pero en pie— por el paso del tiempo; modifica juicios juveniles desde el reencuentro en la madurez; desecha algunos que considera “cascabeleos” excesivamente valorados y lleva a cabo una incursión por los logros y aportes de los genios de la historia de la literatura. De cada uno de los puertos literarios por los que navegó, analiza con la brillantez de su habitual soldadura entre narración, poesía y ensayo, la gestación del lenguaje y su gestión, los recovecos y equivalencias entre la tradición y la vanguardia, los trasfondos culturales de la época, la intervención del lenguaje en la realidad y su manera de sacar a flote el trasfondo inexplorado de la misma, como resalta en el caso de la poesía de Picasso.
Oficio de lector comienza con una apasionada defensa de la obra poética de Cervantes, muy poco tenida en cuenta, a pesar de ser el aliento sustancial de su prosa, por la gigantesca sombra maestra del Quijote, “un libro diferente para cada lector que se aventura en su universo”. Destaca igualmente el placer de releer la poesía de San Juan de la Cruz, “siempre una operación emocionante, de inusitada diversidad de sensaciones”, que le enseñó el enigmático poder de la palabra como algo intraducible. Vuelve a disfrutar de Góngora, de la imaginación romántica de Espronceda, al que reencuentra en Camus, el escritor que “pasó de ser militante de la resistencia contra toda clase de esclavitudes a combatir desde su propio reducto de francotirador honesto y moral”. Un recorrido que fondea también en el magisterio poético de la prosa de Juan Ramón Jiménez, en la nueva imaginería verbal que aprendió de Mallarmé, en la versión andaluza del surrealismo entre la pasión y la perplejidad de García Lorca y en la poética de los límites de Valente. Lo mismo que detalla la inyección de nueva vitalidad de la literatura trasatlántica y la generación de Carpentier, Borges y Lezama Lima: “con ellos, el idioma alcanzó una dimensión que no tenía la literatura española de los años sesenta, en decadencia y un poco anémica”.
Estos son algunos de los sobresalientes capítulos de este espléndido cuaderno de bitácora en el que un Caballero lector deja constancia de los hallazgos, de las dificultades y conocimientos que fueron enriqueciendo el entramado teórico, ideológico y creativo de su indagación lectora, de su admiración por la fusión entre talento, inteligencia y sensibilidad.