Marañón y la ciencia del 14
Habría que ser más justos, o estar más informados, y despojarse del prejuicio que representa olvidar a los científicos cuando se intenta reconstruir la historia sociopolítica-cultural hispana
Mucho se escribirá durante este año sobre la denominada generación del 14, un no bien definido grupo en el que no suelen citarse más científicos que Gregorio Marañón y Gustavo Pittaluga, ambos médicos. Y sin embargo, la ciencia, el retraso científico español, subyacía en lo que aquella “generación” pretendía combatir.
El problema había saltado a la palestra pública con intensidad a partir de 1898, tras la derrota en la guerra de Cuba con Estados Unidos. No es difícil encontrar manifestaciones en tal sentido, como, por ejemplo, lo que escribió el mejor de los científicos hispanos, el gran Santiago Ramón y Cajal, en El Liberal (26 de octubre de 1898): “La media ciencia es, sin disputa, una de las causas más poderosas de nuestra ruina […] Hay que crear ciencia original, en todos los órdenes del pensamiento: filosofía, matemáticas, química, biología, sociología, etcétera […] Hemos caído ante los Estados Unidos por ignorantes y por débiles, que, hasta negábamos su ciencia y su fuerza. Es preciso, pues, regenerarse por el trabajo y el estudio”. José Ortega y Gasset, el filósofo y luminoso ensayista, entendió bien este problema, al que se refirió en un artículo que publicó en El Imparcial el 27 de julio de 1908: “Muchos años hace que se viene hablando en España de ‘europeización’, no hay palabra que considere más respetable y fecunda que ésta, ni la hay, en mi opinión, más acertada para formular el problema español”. El problema era, claro, definir qué era Europa, y en este punto Ortega no tenía dudas: “Europa = ciencia; todo lo demás es común con el resto del planeta”.
Por todo esto, habría que ser más justos, o estar más informados, y despojarse del prejuicio que representa olvidar a los científicos cuando se intenta reconstruir la historia sociopolítica-cultural hispana. En lo que a la generación del 14 se refiere, si consideramos el entorno del año de nacimiento como uno de los posibles rasgos definitorios para pertenecer a ella, y teniendo en cuenta que su miembro más prominente, Ortega y Gasset, nació en 1883, deberíamos incluir en su nómina a, al menos, los físicos Blas Cabrera y Julio Palacios, los químicos Enrique Moles y Miguel A. Catalán, el matemático Julio Rey Pastor, el polifacético —fue ingeniero de Caminos, Industrial, físico y matemático— Esteban Terradas, y a los médicos Augusto Pi i Sunyer, Teófilo Hernando, Pío del Río Hortega y Gonzalo Rodríguez Lafora. Todos líderes en sus disciplinas y reconocidos internacionalmente, que, además, participaron de diversas maneras —el ensayo, la política, la educación— en lo que podríamos denominar “vida cultural”.
Ahora bien, es preciso reconocer que ninguno de ellos representó mejor los ideales de la generación del 14 que Gregorio Marañón. Ninguno, en efecto, se movió con tanto acierto, profundidad y repercusión social en los océanos de la investigación y práctica médica (en, sobre todo, los campos de la endocrinología y las enfermedades infecciosas), la historia (recuérdense libros como Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo o Antonio Pérez), la cultura o la política, en la que, a pesar suyo, también tuvo que entrar. Si hay alguien a quien se le pueda aplicar el célebre proverbio de Terencio, Homo sum, humani nihil a me alienum puto (“Hombre soy; nada humano me es ajeno”), ese fue, ciertamente, Gregorio Marañón.