Memoria y deseo
Vázquez Montalbán fue un escritor de éxito en todos los géneros, pero no puede pasarse por alto su condición de poeta, empeñado en conciliar vanguardia, experiencia y conciencia crítica
En el prólogo a la primera edición de la poesía completa de Manuel Vázquez Montalbán, Memoria y deseo (Barcelona, 1986), Josep Maria Castellet cuenta cómo, en septiembre de 1985, durante un seminario de la Universidad Menéndez Pelayo en Sitges, ante la alocución interminable y metafísica de un filósofo italiano que se extendía sobre la posmodernidad, Vázquez Montalbán dijo en voz baja, casi inaudible: “Mire usted, yo soy un poeta…”. En aquella frase, el escritor barcelonés expresaba el trasfondo o la raíz de su vocación literaria: él se consideraba, por encima de todo, poeta. El que fuera un escritor de éxito en los ámbitos narrativo, ensayístico y periodístico, contribuyó a relegar al poeta a un segundo plano. Si a ello se añade que su poesía, que asoma a finales de los sesenta en la antología Nueve novísimos —en la que, como es conocido, conformó, con Antonio Martínez Sarrión, el “ala senior”—, contestó el canon culturalista dominante manteniendo una mirada crítica sobre el mundo y la apuesta por una poesía de la vida, sin eludir sus contradicciones y sin dejar de lado el componente cultural, no es difícil entender esa cierta relegación. En el fondo, escribió una poesía de la experiencia entendiendo esta como totalidad y con un planteamiento formal innovador, vanguardista, y fue crítico con la voluntad de hacer tabla rasa de la tradición precedente, algo que lo distanció de sus compañeros generacionales.Una educación sentimental, su primer libro, data de 1967. Lo abría un poema cargado de sentido y no solo poético: “Nada quedó de abril”. Un abril con una doble carga simbólica: el abril de la República de 1931 y el abril de la derrota de 1939. Con ese poema, Vázquez Montalbán inicia un recorrido por los escenarios y por las claves culturales de la posguerra y por las distintas fuentes de formación cultural y sentimental de su generación. El más directo realismo convive con las fórmulas vanguardistas, la cultura anglosajona con la experiencia de los derrotados, el amor idealizado con el descubrimiento del sexo, Conchita Piquer y su “Tatuaje” con los Beatles y con el twist. En este libro también se advierte, en germen, otro abril: “el mes más cruel” de T.S. Eliot, cuya presencia será significativa en su segundo poemario, Movimientos sin éxito (1969), un libro complejo en el que intenta captar la fragmentariedad de un mundo en conflicto. Las “imágenes rotas / sobre las que da el sol” a las que aludía el poeta anglosajón en La tierra baldía, son en el barcelonés el reflejo agrietado de la realidad en crisis de los años sesenta (Vietnam, Luther King, la guerra fría, el mayo francés) de un modo parecido a como en el libro de Eliot se filtra el caos y la confusión del mundo de entreguerras.
En su primera entrega, el más directo realismo convive con las fórmulas vanguardistas, la cultura anglosajona con la experiencia de los derrotados, el amor idealizado con el descubrimiento del sexo, Conchita Piquer y su ‘Tatuaje’ con los Beatles y con el twistEn la década de los setenta, Vázquez Montalbán publicó dos libros, ambos en 1973: Coplas a la muerte de mi tía Daniela y A la sombra de las muchachas sin flor. En el primero se advierte una cierta vuelta a las claves de su libro inicial aunque el verso se adelgaza y agiliza (al fondo, las Coplas de Jorge Manrique) dando forma a una dura y emocionada reflexión sobre el poder y sobre el anonimato de quienes construyen la Historia. “Tía Daniela”, la protagonista, es la metáfora de un mundo humillado y esperanzado a la vez: el país asolado por la Guerra Civil y el que, tras la derrota, reconstruye su memoria democrática. En el segundo, aborda el amor y el erotismo como parte de un proceso que va del descubrimiento y la celebración evocada en adolescencia y juventud al dolor y a una cierta conciencia de muerte de la madurez.La poesía de Vázquez Montalbán, por otro lado, no escapa a uno de los temas recurrentes de su labor ensayística: la quiebra de los imaginarios de la izquierda política europea. Esa preocupación, surgida a partir de la invasión, en 1968, de Checoslovaquia cobró forma lírica en Praga (1982), un libro intenso y breve. Praga, en él, es la expresión de las contradicciones del marxismo occidental de la época y, a la vez, la representación de la ciudad vencida (Barcelona) de su niñez. Es también la Praga de Kafka y la ciudad del mestizaje cultural y lingüístico (como Barcelona). Esa visión, mezclada con conceptos como la huida y el regreso y la búsqueda, pese a todo, de la utopía, serán hilos conductores de Pero el viajero que huye (1990), su sexto poemario: el relato de un largo viaje y una reflexión sobre el viaje como metáfora de la vida. También es una meditación sobre la muerte, sobre los límites entre realidad y ficción y sobre el poder del lenguaje. En esa meditación, Vázquez Montalbán se acerca, con trece años de antelación, a lo que fue su propia muerte en el aeropuerto de Bangkok: “aunque he pedido mi carta / no estaba / o no me la han dado compasivos / con el extranjero que espera vida o muerte / ignorado en un rincón de Asia”.
Ese “viajero que huye” cerrará su itinerario en su último texto lírico publicado en vida, Ciudad (1996), en una suerte de retorno a la ciudad del origen. El sujeto poético recorre la ciudad entre la ensoñación, la memoria y la realidad. Ciudad del deseo y de la geometría, de la compasión y de la pérdida. Así describe en el epílogo a este libro el propio poeta su fuente inspiradora: “una canción de Glenn Miller, Canta el petirrojo en diciembre… que alguna vez escuché de niño en una ciudad donde habitan muertos que solo yo recuerdo”. Esa canción, leit-motiv de Ciudad, es el apoyo cultural y sentimental de un paseo imaginario por un mundo en el que están todos sus mundos: de la Barcelona en blanco y negro de la infancia a la de los Juegos Olímpicos del 92.
Hasta los días previos a su viaje a Australia en octubre de 2003 (en el que encontraría la muerte) y desde 1996, Vázquez Montalbán venía trabajando en un proyecto poético dirigido a ahondar en la búsqueda de las raíces: Rosebud. Ese término, utilizado por Orson Welles en Ciudadano Kane, es una obsesión que recorre la obra toda de Vázquez Montalbán: la matriz, la infancia perdida. Y fue el título de uno de sus libros póstumos, incorporado a la edición definitiva de Memoria y deseo (Península, 2008): un hermoso canto a la madre, inspirado en una pieza musical escuchada en la infancia, El saboyano, un viejo cuplé que le sirve para bucear en los mundos vividos en la infancia. Su obra poética póstuma no acaba, sin embargo, en Rosebud. En el año 2000, como homenaje al pintor Benet Rossell, escribió veinte poemas bajo el título Teoría de la famosa almendra de Proust. Solo fueron publicados en una edición para bibliófilos.
Aunque en vida Vázquez Montalbán fue considerado una suerte de apéndice crítico-social del culturalismo dominante en Nueve novísimos y valorado ante todo como narrador y ensayista, el paso del tiempo y, sobre todo, la cuidada edición de Memoria y deseo, para la que Josep Maria Castellet rescató y actualizó su histórico prólogo de 1986 y en la que fueron incorporados los dos libros póstumos aludidos junto con los fragmentos de un libro perdido, Historia de amor de la dama de ámbar, en Grecia en el lejano 1974, han puesto de relieve no solo la singularidad de su obra, sino, también, su condición de poeta imprescindible, apegado a un tiempo histórico decisivo y empeñado en conciliar vanguardia, experiencia y conciencia crítica.
Manuel Rico es autor de Memoria, deseo y compasión. Una aproximación a la poesía de Manuel Vázquez Montalbán (Mondadori, Barcelona, 2001) y del estudio preliminar a la edición definitiva de Memoria y deseo. Poesía completa (1963-2003) de Manuel Vázquez Montalbán (Península, Barcelona, 2008).