Para sanar el cuerpo y el alma
Comedia humana, reflexión psicológica o escenas costumbristas se han dado cita en los balnearios y ciudades estivales: Capri, Baden-Baden, Niza, Biarritz, Vichy o Brighton
El “balneario” no es sólo el establecimiento hotelero que proporciona ciertos servicios terapéuticos basados en el uso de aguas (termales o marinas); también se denominan “ciudades balnearias” a aquellas poblaciones que la burguesía decimonónica ocupaba durante su asueto estival. Fue el médico británico Richard Russell (1687-1759) quien puso de moda los usos terapéuticos del agua (levantando una auténtica “pasión balnearia” o seaside mania en Brighton) y desde entonces los elegantes europeos se entregaron con fervor a la reparación de sus dolencias mediante la ingesta de aguas termales (pestilentes, pero benéficas, al parecer) y procuraron mitigar la melancolía y las flatulencias con las embestidas de las olas en las playas.Pero además, como señalaba Vázquez Montalbán en El balneario (1986), todos estos lugares tienen “una historia mágica o religiosa”. Y cuando los escritores llevan la acción a un balneario, hay en los personajes una esperanza de sanación física, pero también espiritual —casi una purificación bíblica—: una especie de regeneración o transfiguración, una epifanía reveladora o una visión iniciática.
Cuando los escritores llevan la acción a un balneario, hay en los personajes una esperanza de sanación física, pero también espiritual: una especie de regeneración o transfiguración, una epifanía reveladora o una visión iniciáticaAnthony Trollope insistió (La mère Bauche, 1861) en este aspecto místico del balneario: “[el de Vernet] no era un lugar famoso, caro ni elegante, pero los que creían en él le tenían mucha fe”. Un poco más adelante Trollope explica, precisamente, quién visitaba estos centros terapéuticos y por qué: “Los hombres y las mujeres que llegaban agotados por el trabajo, la enfermedad o los excesos, y con los nervios deshechos por culpa de un sinfín de cuidados, se marchaban fuertes y sanos, nuevamente en forma para enfrentarse al mundo y a todos sus males”.Y dada la clientela que acudía a estos “lugares de sanación” —burgueses acomodados y “cabezas coronadas”—, la vida balnearia se caracterizaba por el ambiente festivo y tal vez frívolo: “Esta noche hay baile […]. Las noches de baile en Bath son momentos arrebatados al Paraíso, seductores por la música, la belleza, la elegancia, la moda, la etiqueta…” (Dickens, Pickwick. En otras ocasiones, este ambiente frívolo y festivo de los establecimientos balnearios —y los grupos humanos que deambulan por ellos— sirve para esbozar crónicas costumbristas, analizar conductas, estudiar psicologías o censurar sociedades y “estados”. Tales eran, por otra parte, los grandes temas del género literario característico del siglo XIX: la novela.
Comedia humana, reflexión psicológica o escenas costumbristas se dan cita en Baden-Baden, Capri, Niza, Biarritz, Vichy o Brighton… “¡Cielo santo, Brighton!”, piensa Elizabeth Bennet cuando su hermana menor sugiere la posibilidad de ir a pasar el verano a la ciudad costera. “Unos baños de mar me curarían para siempre estos nervios”, exclama la histérica señora Bennet. Sólo Lizzy es capaz de entender que en Brighton “las tentaciones” pueden acabar con la reputación familiar. Sin embargo, “en la imaginación de Lydia, una visita a Brighton significaba el acceso a todas las posibilidades de felicidad en este mundo” (Austen, Orgullo y prejuicio).
Brighton, como la mayoría de los establecimientos balnearios, adquirió fama cuando la corte decidió establecerse allí para aprovechar el benéfico influjo de la brisa marina y las aguas salobres. En cualquier caso, el gran establecimiento balneario de Inglaterra fue siempre Bath y la escritora de Bath fue Jane Austen. (Hoy se venera a Jane Austen en Bath, a pesar de que a la protagonista de Persuasión, como a la propia Austen, “le desagradaba” la ciudad). Sin embargo y aparte de las aguas —al parecer benéficas— de la Pump Room, Bath contaba durante “la temporada” con algo imprescindible en las novelas de Austen: gente. Por eso visitar Bath podía “beneficiar el ánimo y la salud”. El alegre bullicio de la pequeña ciudad balnearia aparece también en La abadía de Northanger, donde las damas se ocupan en “importantes asuntos, como ir en busca de pasteles, sombreros…” La magistral Austen describió para siempre, con inteligencia y humor, el variopinto paisaje humano de Bath.
En Alemania el gran establecimiento balneario es Baden-Baden. Se asegura que el Roulettenburg de Dostoievski (El jugador) es esta población de la Selva Negra, aunque es más probable que la referencia real fuera Wiesbaden, donde residía una gran colonia rusa emigrada y donde el propio autor se entregó a la ludopatía más virulenta. En Baden-Baden (la “pequeña y romántica ciudad” donde “uno se puede sentar en las terrazas de cafés y restaurantes” y “se puede mezclar con la alegre clientela de los balnearios”) se encontraba Stefan Zweig, leyendo precisamente un ensayo sobre Dostoievski, cuando se desencadenó la Gran Guerra (El mundo de ayer).
El gran Wilkie Collins también visitó los balnearios alemanes de Aachen (Aquisgrán o Aix-la-Chapelle), Bad Schwalbach y Wiesbaden para curar su reumatismo gotoso, su adicción al láudano y otros males. En uno de estos establecimientos balnearios situó Collins el comienzo de su asombrosa Armadale: “Se abría la temporada de 1832 en el balneario de Wildbad”, y el alcalde, el médico —”representante de las aguas del balneario”— y el hotelero eran conscientes del valor turístico-medicinal de la población: “¡Ahí llegan los primeros enfermos de la temporada!” (Armadale), exclaman con alegría.
No puede faltar en este breve repaso la peculiar Katherine Mansfield, en cuyo primer libro de cuentos (En un balneario alemán) traza una galería de personajes esbozados a partir de su experiencia personal en el balneario bávaro de Bad Wörishofen, donde la envió su madre para ocultar un embarazo comprometido y para curar el lesbianismo de la joven escritora. Los personajes sufren dolencias gástricas, problemas sexuales, embarazos molestos y, sobre todo, complejos traumas psicológicos, como la propia autora.
Tierra adentro, los balnearios alemanes eran, desde luego, los más solicitados. Thomas Mann situó La montaña mágica (1924) en el balneario de Wald (Davos Dorf) —un sanatorio alpino para tuberculosos, en realidad— donde abundaban los espacios deportivos, los hoteles, los casinos, los médicos y los jóvenes atléticos “de piernas bien rasuradas”. Semejantes intereses efébicos habían sugerido a Mann, unos años antes, una novelita en la que su maduro protagonista acudía a las playas del Lido (frente a Venecia) para curar sus tensiones laborales y sus “males espirituales” ejerciendo el antiguo arte del voyeurismo homosexual.
Respecto a Francia, a principios del siglo XX los destinos turísticos balnearios marinos por antonomasia eran Deauville, Biarritz, Niza y la Costa Azul. Sin embargo, Marcel Proust llevó al protagonista de su Recherche a Balbec, una localidad de Normandía con hoteles aristocráticos, paseo marítimo, playa y algunos artistas bohemios. Los referentes reales eran Cabourg y la “estación balnearia” de Beg Meil, en el extremo occidental francés.
También en Francia está la famosísima “estación de aguas” de Vichy; en 1880 “la ciencia médica” aconsejó a Emilia Pardo Bazán ir a tomar aguas a la población francesa y la escritora pensó aprovechar la ocasión para redactar un cuaderno de viaje. Al final todo quedó en una novela corta —Un viaje de novios, rayana en el naturalismo— donde da cuenta a un tiempo de los males físicos, las penurias emocionales y las desventuras sociales de la clientela española en Vichy.
Para concluir el recuento de la literatura balnearia, no pueden obviarse las escenas costumbristas que José María de Pereda pintó junto a las playas de Santander: “Una muchedumbre la invade cada año, durante los meses del estío, para buscar en ella quién la salud, quién la frescura y el sosiego”. También en Cantabria se buscaba la salud física y espiritual, aunque la gente distinguida, desde luego, suspiraba “por aquel ‘Biarritz de su alma’, donde todo es chic y confortable”.