Entrevista con Paula Bonet
“Si no eres honesto contigo mismo, la obra no tendrá alma”
No me considero ilustradora”, afirma Paula Bonet, huyendo de la etiqueta que desde hace tiempo acompaña su nombre. “Es cierto que donde yo me siento más libre, es en la pintura, pero no quiero descartar el poder trabajar en otros medios. Lo que sucede es que ahora la ilustración está de moda, pero esto va a pasar”, continúa la autora de La sed, que, tras insistir, concluye: “En mis perfiles me defino como pintora y dibujante”. El éxito y el reconocimiento acompañan a Bonet, pero ella huye del ruido y busca sentido en una obra que no responda a las exigencias del mercado, sino únicamente a sus inquietudes artísticas y literarias. Ahí está 813: Truffaut, tributo a un director “cuyas ideas han conformado mi manera de entender el arte y de relacionarme con mi obra”, o la citada La sed, donde Bonet relee literaria y pictóricamente la obra de autoras como Sylvia Plath, Virginia Woolf, Anne Sexton o Clarice Lispector.—Acabas de ilustrar el Tirant lo Blanc, aunque la ilustración de obras ajenas no ha definido tu carrera.
—No suelo trabajar por encargo, pero no pude decir que no, se trataba del Tirant lo Blanc. Ilustrarlo implicaba mucha responsabilidad, sabía que mis ilustraciones tenían que ser impecables. Tuve que releerlo más de una vez, tomar anotaciones y la parte de la ilustración, que teóricamente debía llevar más tiempo, terminó por ser más breve que todo el trabajo preparatorio de leer y decidir qué y cómo ilustrar.
—¿Sientes menos propios los trabajos de ilustración de obras ajenas que los libros en los que tú eres la autora tanto del dibujo como del texto?
—No, porque los pocos encargos en los que he trabajado, los he asumido porque he podido hacerlos míos. He trabajado con The New Raemon porque consumo su obra desde que salió el primer disco y ahora estoy trabajando con Aitor Saraiba porque tenemos muchísimas cosas en común en la manera de relacionamos con el arte y la literatura. Cuando no ha sido así, no me he sentido cómoda.
—¿Cómo entiendes la ilustración de un texto: como reflejo literal o como evocación simbólica?
—Mis ilustraciones son siempre la antítesis de lo literal. Frente a un texto narrativo o poético, el lector crea sus propias imágenes, por tanto, subrayar visualmente algo que este ya ha construido a través de su imaginario, es un error. Creo que lo que debe hacer la imagen es completar el significado del texto y darle otra dimensión. Aprendí a trabajar escapando de la literalidad gracias a la pintura: si tienes una serie de páginas a tu disposición es bastante más sencillo contar una historia que si tienes un solo lienzo. En el caso de la pintura, estás obligada a concretar aquello que quieres contar sobre el lienzo y, para concretar, debes abrir interpretativamente mucho la historia que vas a narrar. Claro, no puedes dar nada masticado al espectador, al contrario, tienes que hacer que el espectador construya su historia a partir de lo que observa.
—Lo que define tu obra es que la narración se construye a partir de la elipsis: no vemos lo que sucede, sino solo la mirada de quien observa.
“El lector crea sus propias imágenes, por tanto, subrayar visualmente algo que este ya ha construido a través de su imaginario, es un error. Lo que debe hacer la imagen es completar el significado del texto y darle otra dimensión”—No puedo explicarlo mejor. Mi obsesión siempre han sido los retratos, aunque no fui capaz de dibujar rostros hasta que cursé la clase de retratística y conseguí hacerlo tal y como yo me exigía. Me interesa mucho situar la acción de manera que los rostros están observando algo que ocurre fuera del lienzo, y que los espectadores no pueden ver. Los espectadores están así obligados a entender lo que sucede allí donde su mirada no puede llegar, a través de los rostros y de las actitudes de los personajes retratados. La imagen dice lo que no llega a decir la palabra, por eso mis libros no se pueden publicar sin imágenes y, al mismo tiempo, tampoco se pueden publicar sin texto, porque la historia se explica precisamente por la unión de imagen y texto.—La ilustración forma parte consustancial de la obra, no es un mero añadido.
—Efectivamente. No entiendo la imagen como ilustración y, por esto mismo, a veces me molesta tanto la etiqueta de “ilustradora” como la de “escritora”, etiqueta esta última que no acepto. Entiendo que lo que yo hago es tratar de explicarme y las herramientas de las que dispongo son la pintura, el dibujo y la palabra, siendo más virtuosa con la pintura y el dibujo y menos con la palabra. Me formé en Bellas Artes y cada día pinto y dibujo, pero, al mismo tiempo, gran parte de mi tiempo lo dedico a la lectura y, de hecho, en mi vida la literatura es algo imprescindible.
—¿La literatura es el mimbre a partir del que creas?
—La literatura es el arte que más placer me ha dado y es de donde más rápidamente aprendo. Claro que la música y la pintura también me dan placer y también aprendo de ellas, pero recibo más conocimiento a través de la literatura que de la pintura, que, junto a la música, es algo más emocional, mientras que, aun teniendo un elemento emocional, de la literatura aprendo y recibo lo exclusivamente intelectual.
—¿Debe la ilustración contener siempre un mensaje, una idea?
—Debe ser un vehículo para trasladar un mensaje. Para mí, contenido y forma siempre han ido de la mano y siempre he intentado que uno no se comiera al otro. Cuando mi obra empezó a ser conocida, mis ilustraciones eran tan preciosistas que el público se quedaba en el envoltorio y no iba más allá. Me di cuenta de que estaba realizando una obra que el público percibía simplemente como bonita, vacía de contenido. Me dio rabia tener que renunciar al preciosismo porque creo que el mensaje debería llegar igual, pero terminé por darle la espalda y ahora me cuesta mucho hacer cosas bonitas.
—¿Qué entiendes por bonito?
—Yo veo belleza en muchos lugares y espacios, pero me refiero a lo que generalmente el gran público entiende por “bonito”, es decir, algo amable y preciosista. Y lo que me satisface es que mis obras están siendo reconocidas, aunque las ilustraciones han dejado de ser “bonitas”. Tuve mucha suerte, al respecto, con Javier Ortega, el editor de Lunwerg, que tras el éxito de The End confió en el proyecto de La sed. Me habría podido exigir que fuera por el mismo camino preciosista, pero me dio mucha libertad.
—¿Necesitas alejarte del éxito para poder crear con libertad?
—Absolutamente. Siento que soy una afortunada al poder vivir de mi trabajo visual, pero no es algo que tuviera previsto. Al acabar Bellas Artes asumí que debía compatibilizar mi trabajo artístico con otros trabajos. Y esto es lo que he hecho hasta hace seis años. Es muy positivo poder vivir de mis dibujos, pero tiene sus peligros: cuando algo funciona, se trata de convertir en un producto. Si creas en función del mercado y no eres honesto contigo mismo, la obra no tendrá alma. Es muy respetable pintar envoltorios, pero no entiendo mi trabajo así, perdería todo el sentido.
—¿El arte de la ilustración se ha desvirtuado, convirtiéndose en un producto de mercado?
—Claro que se ha desvirtuado la ilustración, basta ir a las librerías para comprobarlo. La mitad de los libros que te encontrarás son maravillosos, pero la otra mitad son éxitos del momento. Funcionan como algo que está de moda, pero cuando la moda pase, no tendrán ningún interés. Yo no quiero un éxito inmediato y cegador, de hecho, prefiero no tener éxito y hacer toda la vida lo que me gusta. En verdad, el éxito es hacer lo que uno quiere, aunque no tenga gran proyección. Yo dibujo porque es mi manera de relacionarme con el mundo, no puedo dejar de hacerlo. Y me parece peligroso que algo que tan importante se convierta en merchandising.