Platero sin yo
La obra más difundida de JRJ no es novela poetizada ni mera sucesión de estampas, sino relato lírico con ciclo temporal interno y esférico que sigue el devenir anual de un paisaje y su paisanaje
Todos los libros requieren su momento ideal de lectura, malograda en ocasiones, precisamente, por haberla acometido no siendo su hora, la nuestra. Algunos géneros, caso de la poesía y textos líricos, aún son más exigentes con ese momento adecuado, le ocurre, por ejemplo, a libros como El principito, de Saint-Exupéry, o el que ahora nos ocupa: Platero y yo. Con este de Juan Ramón Jiménez he vivido distintas relaciones que podría dividir en tres etapas.
Abrí sus páginas, como tantos otros lectores, en la infancia, y quedé embelesado por aquella historia suave y blanda —luego apreciaría que no tan suave, no tan blanda— igual que su principal protagonista —suponiendo que sea Platero el protagonista principal—, narrada en prosa bella y tersa; aquel viaje inaugural a lomos de Platero resultó canónico. Lo fue con la edición primera y menor, la que reproducía solo una selección de capítulos. Me refiero a la que, según reza el colofón del ejemplar que tengo en mis manos, “se acabó de imprimir en la imprenta de La Lectura, de Madrid, el día 12 de diciembre de 1914”. Y se enriquece con ilustraciones de Fernando Marco. Es Francisco Acebal, director de La Lectura, quien solicita al moguereño algunos capítulos para su colección escolar. Tres años después, el 13 de enero de 1917, vería la luz en Calleja la edición completa. Luego vendrían otras en Espasa-Calpe y Residencia de Estudiantes. Y en el sangrante 1936 apareció en Signo.
Al abrir ahora, para reavivar mis recuerdos, una edición de arte y bibliofilia que conservo desde la adolescencia, encuentro entre sus páginas, en el capítulo titulado “Libertad” (el poeta batiendo palmas y Platero rebuznando espantan a una bandada de pájaros que iban a caer en la red puesta por unos “muchachos traidores”), una entrada que todavía atesoro de una de mis visitas a la Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón: fui el visitante 2717 y me costó entrar 10 pesetas. Durante un tiempo de infancia, la Elegía andaluza me acompañó antes del sueño, en paseos campestres, viajes en tren bordeando las rojas aguas del Tinto: “Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el padrastreo […]. El cobre de Riotinto lo ha envenenado todo. Y menos mal, Platero, que con el asco de los ricos, comen los pobres la pesca miserable de hoy”. Un disfrute, una exaltación de los sentidos era aquella sucesión de estampas vividas gracias a lo vívido de su escritura. Los sentimientos descritos con precisión y delicadeza se me aparecían como un mágico caleidoscopio que cambiara solo con un pasar de página. Curiosamente, podría decirse que esta lectura primera se correspondió con la estrofa inicial del V poema de Eternidades: “Vino, primero, pura, / vestida de inocencia. / Y la amé como un niño”.
Después, en plena efervescencia de juventud, con lecturas de apasionada rebeldía, la historia del burro que bebe “aguas de carmín, de rosa, de violeta” mientras el crepúsculo enciende las florecillas, dejó de interesarme, como tampoco era de mi agrado que para decir que llueve se escribiera “Dios está en su palacio de cristal”. Mis preferencias prendían entonces otros fuegos literarios con llamas diferentes. Quedó Platero en su pesebre. Por supuesto, sin llegar al extremo de aquella carta de Buñuel y Dalí dirigida a Juan Ramón en la que —tras visitarlo el día antes y ser recibidos con afecto por él— le espetaban: “Su obra nos repugna profundamente, por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡Merde! para su Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado”. Esta segunda etapa de distanciamiento sería, continuando con el poema, la equivalente a los versos: “luego se fue vistiendo / de no sé qué ropajes. / Y la fui odiando, sin saberlo”.
Transcurridos los años, un retorno a la lectura revivida de Platero me llevó a ver más lejos, más hondo. Como en el final del poema, a quedarme solo con “la túnica de la inocencia antigua”, y a redescubrir este libro que no es novela poetizada ni mera sucesión de estampas poéticas, sino relato lírico con ciclo temporal interno y esférico que sigue el devenir anual de un paisaje y su paisanaje. En una nota conservada en la Universidad de Puerto Rico, JRJ declara: “Aproveché el tema de Platero para escribir una historia anecdótica y lírica de mi infancia”. Lo que induce a Ricardo Gullón a hablar de intención autobiográfica. Lo cierto es que en el libro la delicadeza puede ser hiriente, como una fina esquirla, y la belleza ocultar, para que aflore más desnudo el dolor, más desoladora la estulticia humana, la falta incluso de humanidad. Cuidado, no erremos: el juanramoniano guante de seda envuelve una mano de hierro (en este caso, de plata). Cuántas veces, estando al frente de la Fundación Juan Ramón Jiménez, sugerí a quienes solicitaban consejo para escribir sobre Platero y yo que reparasen en un aspecto, a mi entender, muy interesante: el acercamiento del poeta a los marginados, a aquellos a los que la fortuna dio de lado, desde la misma dedicatoria a la pobre loca Aguedilla, indicando así, incluso antes de entrar, a quién tiende su mano el autor, hasta el desfile de personajes con los que se siente solidario o compasivo: el niño tonto, el inolvidable médico Darbón, la tísica, el negro Sarito, la niña chica, el perro sarnoso (magistral la plástica descripción de su muerte: “El mísero, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo una acacia”), y por el contrario señalando abiertamente su apartamiento respecto a otros personajes, actitudes, costumbres, de los que se siente distante y a los que no duda en criticar. JRJ toma partido por quien sufre y señala a los verdugos. Igualmente defiende su soledad frente a concentraciones y manifestaciones sociales. Nada de toros ni curas ni procesiones ni romerías ni tabernas… Sí, soledad sonora. El capítulo CXXV comienza: “Desde niño, Platero, tuve un horror instintivo al apólogo, como a la iglesia, a la guardia civil, a los toreros y al acordeón”.
La delicadeza puede ser hiriente, como una fina esquirla, y la belleza ocultar, para que aflore más desnudo el dolor, más desoladora la estulticia humana, la falta incluso de humanidad. El juanramoniano guante de seda envuelve una mano de hierro (en este caso, de plata)Ciertamente, no es Platero una de esas fábulas de animales habladores que concluyen con moraleja, algo que desagradaba al andaluz universal (reconciliado con los animales parlantes gracias a La Fontaine), pero en su prosa sensual, impresionista, simbolista, en esa escritura de melancólica sensibilidad y agudeza, y en la que rompe, en pleamar, un oleaje de adjetivos, sí encontramos el buscado horizonte de rehabilitación moral a través del arte. Incluso la muerte, que tanto teme, puede quedar armonizada, en estas páginas, por la belleza, que tanto ama. Juan Ramón reconoce, agradecido y generoso, que “el impulso inicial del éxito se lo dio a Platero don Francisco Giner de los Ríos”, su querido y admirado “andaluz de fuego”. Relampaguea así el krausismo en los cielos moguereños de estas páginas. A tal respecto, señala Predmore: “Del krausismo español deriva, de hecho, el ‘regeneracionismo’ de Platero”. Y García de la Concha: “Platero es la ejemplificación práctica de los ideales de Krause”.Una fría mañana de 1915, Juan Ramón, en compañía de Manuel Bartolomé Cossío, visitó a Giner de los Ríos, ya gravemente enfermo. Era el último adiós al maestro. Sobre una cómoda el poeta observó ejemplares de Platero y yo. “He regalado muchos desde Nochebuena —le informó don Francisco—. Este año mi regalo ha sido Platero”. Luego, tomó un ejemplar, buscó el capítulo de la muerte de Platero, y dijo a Juan Ramón: “Con esta sencillez debía usted escribir siempre. Es perfecto”. Y añadió: “Pero no se envanezca”.
Juan Cobos Wilkins fue el primer director de la Fundación Juan Ramón Jiménez.