“Puedo vivir sin escribir o sin polemizar pero no sin leer”
—Usted que es tantas cosas ¿cómo se define?
—Me defino como lector. Yo puedo vivir sin escribir o sin polemizar pero no sin leer. Lo que pasa es que tengo que hacer otras cosas para comprarme los libros. Así que lector, escritor y accidentalmente profesor.
—¿En qué medida su estilo, en el que pesa tanto la ironía o la paradoja, le ha impedido dedicarse a la filosofía académica?
—Siempre he sido un aficionado a todo. Me han molestado de hecho las personas que entienden de algo. He sido aficionado a la lectura, a la filosofía, a las carreras de caballos… Nunca he visto la vida como unas oposiciones.
—¿Se puede hacer filosofía con juegos de palabras?
“Filosofar es reflexionar sobre las preguntas sin respuesta. Y esa convivencia con las preguntas irresolubles tiene un punto de humor. La pretensión de que un mamífero trate de comprender el universo es risible en sí misma”—Filosofar es reflexionar sobre las preguntas sin respuesta. Y esa convivencia con las preguntas irresolubles tiene un punto de humor. La pretensión de que un mamífero trate de comprender el universo es risible en sí misma. Hay que admitir esa dimensión autoirónica. A un filósofo que se tome demasiado en serio le falta un puntito de hervor.—¿Las ideologías han sido el último intento sistemático de explicar todo?
—Las ideologías lo que son es un intento de activar las reflexiones filosóficas de un modo práctico. El ideólogo trata de sacar el pensamiento del gabinete y ponerlo en marcha. A veces han cumplido funciones. Los derechos humanos son una aplicación ideológica de ideas del siglo XVIII. No son inútiles. Lo que pasa es que la ideología puede tener usos perversos en el sentido de dar una respuesta definitiva a esas preguntas que no es posible cancelar. Eso es antifilosófico. Pero otras veces la ideología saca un rendimiento civilizador de la filosofía.
—Una de sus virtudes más llamativas es haber divulgado obras y autores que después han tenido buena acogida editorial. ¿No le ha tentado convertirse en editor?
—Es que tengo unos gustos un poco raros. He sido consejero y he asesorado a veces bastante bien. Como en los principios de Alianza, cuando aconsejé a don Paulino Garagorri, que tenía tanta paciencia conmigo, que tradujese a Lovecraft. Él decía: “Es que esas cosas solo te gustan a ti”, y yo insistía: “No, don Paulino, que es muy bueno”. Y fue un éxito económico. Pero otras veces he recomendado autores filosóficos que han sido un desastre. A Jesús Aguirre, cuando llegó a Taurus, le recomendé traducir Finitud y culpabilidad, de Paul Ricoeur, y Jesús, hasta años después, siempre me lo recordaba: “Vendí 300 ejemplares”. Cioran sí fue un éxito al menos en cierta élite. Mis gustos son un poco privados, sobre todo del género fantástico o de terror, pero como España es bastante refractaria al género fantástico no funcionan.
—Ha citado a Cioran, ¿hasta qué punto no es un personaje de Fernando Savater, una de sus criaturas del aire?
—En un momento dado creyeron que era un personaje que yo me había inventado y le mandé una carta a Cioran pidiendo una prueba para que me creyeran. Y él me contestó aconsejándome que no lo desmintiera… En cierta medida sí lo construí, pero luego adquirió un peso por sí mismo. Para mí fue un personaje de mi vida, una idealización de la amistad. En ese sentido sí fue un personaje de ficción; todavía lo veo como una especie de recuerdo histórico y novelesco.
—¿Qué queda del Savater del Panfleto contra el todo y de aquellos otros títulos de aire libertario?
—Creo que la democracia está muy ligada a la organización de la libertad y siempre para mí la libertad ha sido importante. Hoy creo que es importante la ciudadanía que se basa en que cada ciudadano pueda inventarse su propia identidad. Siempre he intentado explicar que los nacionalismos y las teocracias son sistemas que intentan que, antes de la política, haya unos condicionantes que filtren la ciudadanía. Yo creo que los ciudadanos somos don nadies y gracias a eso podemos inventarnos nuestra propia vida. No creo que haya derechos colectivos, todos son individuales. A veces me dicen que eso es anarquismo…
—¿La evolución personal siempre es una restricción del ímpetu de creer?
—Claro. Al principio uno cree en muchas cosas, pero luego aprende. La diferencia que hay entre un sabio y un tonto es que el tonto cree en muchísimas cosas y el sabio en pocas. El camino del conocimiento es ir dejando caminos de ignorancia de lado.
—Algunos lectores suyos no han entendido que llegue al pensamiento de UPyD, con posiciones ideológicas resbaladizas.
“Las ideologías no son inútiles, pero pueden tener usos perversos en el sentido de dar una respuesta definitiva a preguntas que no es posible cancelar. Eso es antifilosófico. Pero otras veces sacan un rendimiento civilizador de la filosofía”—UPyD es abierto. Yo he vivido una época en que progresista se consideraba a Stalin y yo nunca me lo creí. Jamás adopté esas ideas. A mí cuando me decían que iban a volver Carrillo y la Pasionaria contestaba que no me gustaba Franco y por las mismas razones pensaba que ellos serían tan desastrosos como Franco. ¿Por qué hay que elegir entre los que se apoyan en los nacionalistas y los que se apoyan en los curas? En España hemos tenido una izquierda que se apoya en los nacionalismos y una derecha que lo hace en la Iglesia. Por eso unos cuantos inventamos UPyD.—¿La situación es más comprometida ahora con los nacionalismos que en los comienzos de la democracia?
—El separatismo es una enfermedad oportunista, ataca los cuerpos enfermos. Cuando el Estado estaba fuerte y todos creíamos que éramos millonarios el nacionalismo vendía poco. Ahora que el país ha entrado en crisis y el Estado exige más sacrificios, hay muchos que quieren levantarse de la mesa de juego. Todos los fulleros quieren irse cuando van ganando.
—Deduzco que entonces el nacionalismo, lejos de ser una respuesta pasional o incluso biológica, es pragmática.
—Es pragmática para quienes lo inventan, pero luego se convierte en pasión de otros. Como la religión. Hay quien va rentabilizando una creencia y otros que la siguen apasionadamente. Hoy las televisiones autonómicas se dedican a eso. Están dirigidas por personas que no creen demasiado en eso, pero se benefician.
—¿Qué es la crisis más allá de la quiebra económica?
—Las crisis normalmente son de crédito en el sentido amplio. Las pequeñas empresas no tienen crédito para salir adelante, pero tampoco tienen crédito la judicatura o la monarquía.
—¿Y desde la ética cómo se puede salvar ese descrédito?
—La ética no sirve para resolver problemas políticos.
—Vale…
—La ética es una forma de dar sentido a la libertad de cada uno y la política lo que intenta es arreglar la forma de la convivencia de todos. Hay que ver cuáles son las opciones políticas, que pasan por una educación adecuada, la transparencia de los partidos, el fin de la impunidad. Eso es lo que hay que corregir. Y hacer una reforma fiscal para que se convierta en una peana suficiente para el estado del bienestar.
—Usted escribió en sus inicios el libro Nihilismo y acción. Hoy la depresión que ha traído la crisis nos conduce a una especie de escepticismo más inacción.
—Inacción o, peor, un nihilismo que después sigue con la rutina establecida todos los días. La gente dice que no hay nada que hacer, pero luego se toma una ración de gambas. Nihilista es un señor que ve que no hay nada que hacer y se tira por un octavo piso. Eso es respetable, pero la mayoría de la gente no hace eso. Los chicos que no creen en nada siguen intentando piratear una película o aprovecharse de los padres mientras puedan. Es un nihilismo que tiende no a la acción sino al parasitismo.
—Acaba de hacer un retrato poco favorable de la juventud…
—Nuestro partido, UPyD, está basado en un 70% en gente con menos de 40 años. No pienso mal de todos los jóvenes, pero es verdad que hay una cierta imagen. Cuando se habla de los ninis y de esas cosas se está hablando de parasitismo, no de una mutación ideológica.
—¿La reforma de Wert?
—La mayoría de la gente que protesta por los recortes educativos no protesta por la educación nunca. La ley Wert tiene aspectos rechazables, pero de otros tendríamos que hablar. No me creo que alguien defienda la educación pública y además defienda la inmersión lingüística en Cataluña, porque la inmersión es una agresión a la enseñanza pública. El hecho de que la gente salga a la calle contra Wert y no contra la inmersión lingüística en Cataluña indica que no ha pensado ni cinco minutos en la enseñanza pública. Me asusta que la educación pública se deje deteriorar para cambiarla por la privada. Eso sí me preocupa. Porque la educación es la base de la ciudadanía y debe ser de cinco estrellas para todos.
—Y ese deterioro progresivo, ¿es deliberado o es fruto de la torpeza?
—No creo que haya un grupo de ancianos malvados que decide qué hacer para que las cosas vayan a peor, pero es verdad que hay gente que considera que con que haya unas élites bien preparadas es suficiente. Los que creemos que hay que formar príncipes estamos en minoría.
—Una sociedad llena de príncipes sería excesiva…
—Pero eso es la democracia, una sociedad llena de príncipes. En democracia todos somos príncipes, y la educación democrática es una educación de príncipes.
—Antes se declaraba sobre todo lector, ¿cuál es la situación de la lectura? Se suelen leer más libros pero ¿quizá sin cuestionar la calidad de lo que se lee?
—Hay quizá una lectura de última hora, relacionada con la idea de introducir el zapping en el hábito de leer. Un libro que me dura una tarde no me gusta nada. En cambio cuando me gusta lo hago durar y durar. La industria del libro, los derechos de autor, están muy tocados por la piratería.
—En un reciente libro, Figuraciones mías, hace una reflexión sobre el artículo periodístico frente al blog. ¿El medio, es decir, el soporte, puede cambiar el mensaje?
—Sí, claro, un artículo es una forma de disciplina. El periodismo es una ética y una estética de la transmisión de noticias. Un periódico puede mentir, pero tiene unos mecanismos de control y es más difícil que salga impune. En cambio los blogs son el reino del insulto, del absurdo, de la falsificación de lo real. Y en medio de eso se chapotea buscando la verdad.
—Dos formas de abordar la realidad, entonces.
—Hoy notas cuándo una persona se informa por medios de comunicación contrastados, por blogs o por humoristas. En un país donde los programas de información se han sustituido por los humorísticos, se confunde la maledicencia con el pensamiento crítico. La gente radical hoy es la que cuenta cotilleos, no la que piensa críticamente.
—¿En qué medida el declive de la prensa tradicional, basada en conceptos clásicos como el control del poder o la libertad de expresión, puede afectar a la propia democracia?
—El problema no es el soporte de papel sino que desaparezca el periodismo y sea sustituido por los blogs o twitter. El periodismo era una forma de organizar la actualidad, una ética y una estética, como he dicho. Una democracia basada en twitter es, frente a otra basada en una prensa libre, un verdadero peligro. Es como si sustituyéramos a los médicos por naturistas. En el periodismo hoy estamos en el trance de sustituir a los médicos por los brujos que hacen fórmulas personales.
—En una bibliografía tan larga como la suya, ¿pesa el pasado, lo que usted ha afirmado a lo largo de los años y no se ha cumplido?
—Echar la vista atrás es una lección de modestia. No me arrepiento de nada de lo que he dicho pero, como decía Gustavo Bueno, siempre con la fecha de cuando lo dije colocada abajo. Con la fecha no hay problema, pero es verdad que las meteduras de pata te hacen ser modesto cuando vuelves a decir algo.