Retrato del tirano con poeta al fondo
‘Margarita, está linda la mar’ es un derroche de buena prosa, potencia poética, sonoridad de la palabra, ritmo, voluntad de novela total que explica un periodo histórico
Justo este año se cumplen veinte desde que Sergio Ramírez ganara el Premio Alfaguara por una gran novela de título rubendariano. Margarita, está linda la mar es grande por lo que cuenta y por el modo de contarlo, una sonora, segura y desbordante prosa cuyos engranajes giran a la perfección al servicio de una impactante historia: los acontecimientos que envolvieron el atentado mortal contra el tirano Anastasio Somoza en la Nicaragua de 1956 durante su visita/regreso a la ciudad de León. Pero hay otro regreso fundamental aquí: la llegada triunfal del poeta Rubén Darío a esa misma ciudad en el año 1907. El narrador se hace cargo de ese medio siglo alternando y trenzando ambos momentos con un fino hilo temporal, pues son muchos los puntos de unión y de confluencia, y no solo la localidad de León o el apellido Debayle. Curiosamente el asesino del dictador, el poeta Rigoberto López Pérez —quien consiguió dispararle con su pistola durante el gran baile oficial— pertenecía al círculo de admiradores de Rubén Darío que tramó la conspiración contra quien pasaría a la Historia como uno de los gobernantes más despiadados y sanguinarios: Anastasio Somoza padre (Tacho). Sus hijos Luis y Anastasio (Tachito) continuarían su estela de crueldad y terror. Este último fue asesinado en 1980 en su exilio millonario de Paraguay, mediante disparos de fusiles de asalto y lanzacohetes antitanque sobre su Mercedes Benz.
Sergio Ramírez nos entrega un gran fresco, un tapiz social, en las vestimentas, en las costumbres, en las conversaciones, en los noticieros de radio. Una maquinaria bien engrasada que no chirría si interviene el narrador en apoyo de sus personajesAparte de la gran escritura, es el buen suspense uno de los motores de esta novela. No en vano Sergio Ramírez ha cultivado también con éxito el género negro. Margarita, está linda la mar es un derroche de buena prosa, potencia poética, sonoridad de la palabra, ritmo, voluntad de novela total que explica un periodo histórico. Es también un despliegue de gracia y sentido del humor, como en el pasaje del interrogatorio del sargento Domitilo Paniagua a tres viajeros de una lancha. Ramírez le saca partido al lenguaje descriptivo desde ese impactante comienzo con la comitiva de motos, guardaespaldas y coches oficiales que acompaña al dictador en su llegada a la ciudad natal de su esposa, Salvadora Debayle. Margarita Debayle, su hermana, era la niña a la que Rubén Darío había dedicado su célebre poema infantil. Ramírez, que ha trabajado mucho en torno a la figura del poeta modernista —Mil y una muertes, A la mesa con Rubén Darío…— no se conforma con presentar al genio en su llegada triunfante a bordo del Pacific Mail, entre salvas de ordenanza, bandas musicales y homenajes populares y eclesiásticos. Su Rubén es también un hombre absolutamente alcoholizado y plagado de deudas contraídas aquí y allá (París, Madrid…), un príncipe, “pero un príncipe que siempre le debía al sastre”. No nos regatea sus zonas oscuras, sus problemas con sus exesposas y amantes, su mal carácter o su declive sexual.Por otro lado, Sergio Ramírez nos entrega (en un café o a bordo de una barcaza) el detalle de un gran fresco, un tapiz social, en las vestimentas, en las costumbres, en las conversaciones, en los noticieros de radio. Una maquinaria bien engrasada que no chirría si interviene el narrador en apoyo de sus personajes, para acercarnos donde estos no llegan, no ven o no escuchan. Vibramos con el deseo de este pueblo de librarse de la tiranía, nos aterrorizamos también con el relato de las torturas, saqueos, violaciones de derechos fundamentales, con la impunidad del dictador y su círculo, o con la connivencia de los Estados Unidos en una época negra de la historia de Nicaragua.