Un regreso necesario
Custodio de uno de los legados culturales más importantes de nuestra literatura, el Centro Lorca alberga un tesoro, piedra angular para los estudios sobre el poeta
Federico García Lorca era muy desprendido con sus papeles personales. En su epistolario no faltan las cartas a diferentes amigos a los que suplica que le envíen el manuscrito que les había regalado por tratarse de la única copia que tenía. Al final de una conferencia, de un recital de sus versos, Lorca entregaba en muchas ocasiones aquellas cuartillas que en no pocas ocasiones acababan perdiéndose para siempre. Es el caso, por ejemplo, del manuscrito de Bodas de sangre, regalado a su amigo Eduardo Ugarte y del que nunca se ha vuelto a saber nada. A raíz del asesinato del poeta, en agosto de 1936, no fueron pocos los casos de amigos que decidieron destruir documentos lorquianos por miedo, como es el caso de las misivas que el autor envió a Hermenegildo Lanz y que este último lanzó al fuego. “Si me ocurre algo, quémalo”, le dijo Lorca a Philip Cummings en Vermont, tras entregarle un paquete con una prosa autobiográfica y que el estadounidense redescubrió décadas más tarde para destruirlo. Una mención aparte la merece Rafael Martínez Nadal, confidente de Lorca, quien en no pocas ocasiones aseguró que había hecho desaparecer varios manuscritos cumpliendo promesas que le había hecho a su legítimo propietario. Lorca era muy desprendido con sus papeles personales. Al final de una conferencia, de un recital de sus versos, entregaba en muchas ocasiones aquellas cuartillas que en no pocas ocasiones acababan perdiéndose para siempreMientras Lorca estuvo escondido en casa de la familia Rosales, se produjeron registros en la Huerta de San Vicente, el domicilio granadino de los García Lorca. Los padres del poeta pusieron a salvo los papeles de su hijo guardándolos en la cercana Huerta del Tamarit. De esta manera se salvó un conjunto documental al que hay que sumar los papeles guardados en el hogar de la madrileña calle de Alcalá. Ese conjunto es piedra angular de lo que deben ser los estudios sobre Lorca. Son, a su vez, el más destacado tesoro del Centro Lorca de Granada, custodio de uno de los legados culturales más importantes de nuestra literatura.
Con todos estos precedentes, parece un milagro que haya sobrevivido un fondo documental imprescindible. Pero ¿qué es lo que podemos encontrar en él? Hay que subrayar que es un fondo que ha sido preservado por la familia y que se ha conservado en casi su totalidad, con la excepción de la colección de pinturas de Salvador Dalí que los herederos del poeta vendieron hace unos años y que hoy puede verse en las colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
A raíz del asesinato del poeta, no fueron pocos los casos de amigos que decidieron destruir documentos lorquianos por miedo. Martínez Nadal hizo desaparecer varios manuscritos cumpliendo las promesas hechas a su legítimo propietarioVayamos a la parte de la obra lírica, donde tenemos la totalidad o buena parte de los versos de algunos títulos fundamentales del universo lorquiano. En este sentido, Granada ahora custodiará los manuscritos originales, en muchos casos borradores de lo que después fueron títulos como Libro de poemas, Suites, Poeta en Nueva York, Diván del Tamarit o Sonetos del amor oscuro, estos tres últimos publicados póstumamente. Tampoco faltan poemas sueltos fundamentales en la obra del granadino como “Romance sonámbulo” u “Oda a Salvador Dalí”, además de curiosidades como las galeradas de la fallida primera edición de Diván del Tamarit. Para buscar su voz poética, el joven Federico García Lorca tuvo que llenar cuartillas y cuartillas, campo de pruebas de lo que se encontraría su lector años más tarde. Son versos que afortunadamente se han salvado, en los que tenemos algunas de las líneas generales de la poesía lorquiana y que no fueron dados a conocer hasta los años noventa: más de 150 poemas de juventud escritos entre 1917 y 1919 y que también forman parte del Centro Lorca. Hay, en este apartado, algunas ausencias, producto de la generosidad de un poeta al que como se ha dicho no le importaba desprenderse de sus textos.Vayamos ahora al teatro, un terreno en el que Lorca brilla como uno de los grandes renovadores de la escena de la primera mitad del siglo pasado. La familia del poeta ha salvado algunos de sus trabajos iniciales, todavía inéditos sobre un escenario, como es el caso de la pieza titulada Cristo, o El maleficio de la mariposa, que supuso su debut teatral, aunque su paso por el Teatro Eslava en 1920 fue un fracaso. Del dramaturgo adulto ahora Granada guarda Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, Los títeres de cachiporra o La casa de Bernarda Alba. También está ese otro teatro, el que nunca pudo ver su autor representado por considerarlo imposible o inconcluso. Nos referimos a El paseo de Buster Keaton, Diálogo con Luis Buñuel, Los sueños de mi prima Aurelia y la llamada Comedia sin título, adaptada por Alberto Conejero bajo el título de El sueño de la vida. Lorca hizo todo su teatro solo, con una excepción que fue su querido Falla. Con él trabajó en el libreto de Lola la comedianta, que debía ser una obra cómica, pero que no fue a más por un argumento con el que no se sentía cómodo el puritano compositor gaditano.
Lorca también cultivó la prosa y fue ese el primer camino en el que quiso iniciar su andadura en el mundo de las letras. El libro que le sirvió como carta de presentación fue Impresiones y paisajes, una obra de la que este año se conmemora el primer centenario de su publicación, fruto de sus viajes estudiantiles con Martín Domínguez Berrueta, uno de sus maestros en la Universidad de Granada. Los capítulos de este volumen forman parte del legado, además de prosas conocidas del poeta o bocetos de aquellas que quiso escribir, como los apuntes que tomó en Nueva York para una charla que no fue sobre Berceo.
Uno de los grandes hitos es la correspondencia recibida por Lorca, algo que hace que este legado sea uno de los más importantes de cuantos se han conservado respecto al 27. Y es que el autor de La casa de Bernarda Alba se escribió con todos, desde Cernuda a Guillén. Gracias a estas cartas podemos adentrarnos en los intereses personales y artísticos de Lorca en una línea que va de Falla a Salvador Dalí pasando por Margarita Xirgu, José Bello o Juan Ramón Jiménez, sin olvidar las misivas enviadas o recibidas de su familia. Hay ausencias dolorosas como son las de las cartas de aquellos que tuvieron un papel importante en la vida íntima de nuestro protagonista, como Rafael Rodríguez Rapún.
El joven Lorca tuvo que llenar cuartillas y cuartillas, campo de pruebas de lo que se encontraría su lector años más tarde. Son versos que afortunadamente se han salvado, en los que tenemos algunas de las líneas generales de la poesía lorquianaManuel Fernández-Montesinos, sobrino del poeta y primer secretario de la Fundación Federico García Lorca, fue el autor de una importantísima tesina sobre la biblioteca de su célebre tío. En ella recogía los títulos que leyó Federico… o los ejemplares que quedaron intonsos. Gracias a los libros depositados en el Centro Lorca sabemos que se acercó a los clásicos del teatro español, e incluso a Shakespeare, y que prefirió no leer a Miguel Hernández, pese a los intentos del escritor de Orihuela para lograr el apoyo que nunca llegó del de Fuente Vaqueros. Igualmente, sin quererlo, Lorca se construyó una interesante colección de obras de algunos de los pintores más destacados de su generación. Algunas de esas piezas, los mencionados óleos de Dalí y un dibujo de José Caballero, hoy forman parte de los fondos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. El resto es otro de los tesoros del Centro Lorca de Granada. Hablamos de originales para el teatro universitario de La Barraca, que el poeta dirigió con Eduardo Ugarte, y que llevan la firma de Caballero, Palencia o Gaya, o el boceto que Grau Sala trazó para el cartel de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores.Poco a poco se irá abriendo esta flor y los estudiosos del poeta podrán acercarse a este archivo que cierra un camino interrumpido en 1936 cuando, como escribió Antonio Machado, se vio a Lorca “caminando entre fusiles”. El poeta que cantó como nadie a una ciudad de noviembre vuelve a ella para siempre.