Un siglo redondo
Entre el nacimiento de Pushkin y la muerte de Chéjov, la edad dorada de la narrativa rusa engloba varias escuelas o movimientos, como el romanticismo y el realismo
Para hablar de la narrativa rusa del siglo XIX, a menudo se recurre al término “Edad de Oro”, aunque la crítica no lo utiliza de una manera sistemática. Los especialistas distinguen entre dos épocas doradas que se suceden en el tiempo. La primera lo es de la poesía, cuyo inicio se suele asociar con “La cascada” (1794) de Gavrila Derzhavin —largo poema a la memoria del príncipe Potiomkin que reflexiona sobre los Estados y el destino de los individuos—, y su final, con el viraje a la prosa de Aleksandr Pushkin, en 1831. La segunda, de la que nos ocuparemos en este artículo, se inauguró con la publicación casi simultánea de Veladas en un caserío de Dikanka, de Nikolái Gógol, y Los relatos de Belkin, de Pushkin (1831), y se suele dar por terminada, bien a principios de la década de 1880, con la aparición seriada de Los hermanos Karamázov, bien con la extinción de este asombroso siglo. Como las etapas de esplendor de otras culturas —la Atenas de Pericles, la época de la dinastía Tang, el Renacimiento italiano, la España de Quevedo y Gracián, el siglo XVII holandés o el reinado de Isabel I de Inglaterra—, el siglo de Pushkin, Dostoievski y Tolstói es un hito que supuso el descubrimiento internacional de toda una literatura. Son muchos los que buscan comprender en las obras de este periodo ese “acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma” llamado rússkaia dushá, el alma rusa.El motor de esta época fue Pushkin, un genio versátil de las letras cuyo linaje tiene sus raíces bajo los cielos moscovita y africano. Inició su ascenso al olimpo literario con su poema Ruslán y Liudmila, en 1820, basado en cuentos populares eslavos. Hijo de una antigua familia de aristócratas por parte de padre y descendiente por parte de madre de un príncipe etíope esclavo llevado a Rusia por Pedro I, en su educación pesó enormemente, además de la cultura procedente de la Francia dieciochesca, la influencia de su niñera, una sierva que le hablaba en un ruso desconocido para los nobles —que tenían el francés como lengua de expresión— y le recitaba el acervo folclórico eslavo. Rusia debe a Pushkin, además de elevar el ruso al rango de lengua literaria, esa figura del escritor que combate por su independencia artística e inspira la libertad individual, cosa que lo incluyó en la larga lista de autores rusos que conocieron la censura o el exilio.
Como las etapas de esplendor de otras culturas, el siglo de Pushkin, Dostoievski y Tolstói es un hito que supuso el descubrimiento internacional de toda una literatura. Son muchos los que buscan comprender en las obras de este periodo el enigma del alma rusaEl Romanticismo encontró un terreno fértil en la Rusia imperial de las décadas de 1830 y 1840. En 1831, se representó por primera vez El mal de la razón, de Aleksandr Griboiédov, una obra teatral en verso que puso las bases de ese movimiento cultural y mostró el choque entre las ideas liberales europeas y la sociedad rusa de la época. Meses después, Pushkin dio sus últimos retoques a la novela en verso Eugenio Oneguin, una enciclopedia del sentir ruso inspirada en el Don Juan de Byron. Aunque las dos son obras cumbre de la literatura de este país, no han obtenido un gran reconocimiento más allá de sus fronteras, quizá debido a las dificultades inherentes a la traducción de la poesía, especialmente el esquema métrico y rítmico pushkiniano. Nabokov, en su versión inglesa, creyó necesario añadir 1.200 páginas de comentarios. Ese mismo año se conocieron Pushkin y Gógol. El ucraniano afirmó que fue el primero quien le sugirió las tramas tanto de El inspector general (cuyo estreno se celebró en 1836, en San Petersburgo) como de Las almas muertas (su primera parte vio la luz en 1842). Asimismo, el autor de El jinete de bronce también sirvió de inspiración para otro joven literato de la época, Mijaíl Lérmontov, que escribió su célebre “La muerte del poeta” en honor a su admirado escritor, tras caer este en duelo en 1837. El poema lo catapultó a la fama e impulsó la fugaz trayectoria literaria de Lérmontov, que moriría cuatro años más tarde, también en duelo. Fue autor de una obra maestra en prosa, Un héroe de nuestro tiempo (1840), ciclo de relatos que comparten un mismo protagonista. Cínico y arrogante, carcomido por el aburrimiento, demoníaco y magnético, rayano en el nihilismo, Grigori Pechorin es “el registro constituido por los vicios en pleno desarrollo de nuestra generación”, escribió de él su creador. Pushkin y Gógol establecieron los prototipos literarios principales que desarrollaron tanto Lérmontov como escritores posteriores. Entre ellos, el “hombre superfluo” (Eugenio Oneguin) y el “hombre pequeño” (Akaki Akákievich, de El capote).La literatura heredó del siglo XVIII su carácter satírico y encontró en Gógol y Mijaíl Saltykóv-Shchedrín (Historia de una ciudad y Los señores Golovliov) sus mejores exponentes, cuyo testigo recogerían más tarde, en la Rusia soviética, Mijaíl Bulgákov, Ilf y Petrov o Yuri Olesha. En particular, Gógol desplegó en Las almas muertas todo su ingenio y desbordante fantasía para representar los defectos, carencias y podredumbre de la sociedad rusa.
Desde mediados del siglo XIX, en un contexto sociopolítico convulso, se impuso el realismo en la literatura. El zar Nicolás I, durante su reinado, no quiso abolir la servidumbre de la gleba. Ante las grandes contradicciones entre las clases favorecidas y el pueblo llano, creció la necesidad de una literatura que plasmara la situación del imperio. Se entablaron debates entre occidentalistas y eslavófilos sobre las vías de desarrollo histórico de Rusia y su destino. Se publicaron las obras de Turguéniev, Dostoievski, Goncharov y Tolstói.
En 1849, el joven Fiódor Dostoievski —que había causado sensación con su novela epistolar Pobres gentes— fue arrestado, y enviado diez años a Siberia, por su vinculación con una asociación ilegal que propagaba el socialismo utópico. A su regreso a San Petersburgo, publicó Apuntes de la casa muerta, unas memorias de ficción sobre sus años en el presidio. Durante las décadas de 1860 y 1870 siguió cosechando éxitos de crítica y de público con novelas como Apuntes del subsuelo (1864), Crimen y castigo (1866) —la escena del asesinato de Raskólnikov es tan real que André Gide le preguntó si alguna vez había matado a alguien— o, su obra maestra, Los hermanos Karamázov (1880). A lo largo de la década anterior, Dostoievski se había obsesionado con lo que los rusos llaman “las cuestiones eternas”: la relación entre el deseo perpetuo de libertad y el deseo de amor, la naturaleza de las relaciones humanas y la existencia de Dios.
Rusia debe a Pushkin, además de elevar el ruso al rango de lengua literaria, esa figura del escritor que combate por su independencia artística e inspira la libertad individual, cosa que lo incluyó en la larga lista de autores rusos que conocieron la censura o el exilioLa muerte de Gógol en 1852 inspiró al liberal Iván Turguéniev un ensayo en honor a su colega, por el que fue arrestado, encarcelado y luego confinado a su hacienda. En ese mismo año se publicaron juntos por primera vez, con el título de Apuntes de un cazador, sus relatos sobre el campo ruso. Supuso todo un escándalo por su retrato de la miseria en la que vivía inmersa la servidumbre, pero también un paso importante en cuanto a la preparación de la opinión pública para la Reforma emancipadora de 1861. En los libros de Turguéniev se plasman las vacilaciones de la Rusia de esa época. En su obra principal, Padres e hijos (1862), atacada tanto por liberales como por conservadores, describe una sociedad agitada por la reforma agraria y la abolición de la servidumbre. Luego Turguéniev emigró a Europa, como Aleksandr Herzen.En 1859 se publicó Oblómov, de Iván Goncharov. Este libro, rico en complejidad psicológica y sátira social, se centra en el protagonista homónimo, un heredero terrateniente que se pasa la mayor parte del tiempo en batín sin moverse de su sofá y es una ilustración más del “hombre superfluo”. Siete años antes, en 1852, apareció la opera prima de Tolstói, Infancia, en la revista El contemporáneo, basada en las percepciones de un niño de diez años, de naturaleza introspectiva. Este título, al que seguirían Adolescencia y Juventud, lo encumbró de inmediato. La prosa de Tolstói, junto con la de Dostoievski, preponderó en la esfera literaria de la segunda mitad del siglo XIX. Guerra y paz (1869) describe la victoria rusa sobre el ejército de Napoleón y Anna Karénina (1878), considerada una de las cimas de la literatura universal, es una novela de adulterio con final trágico. Como dijo Isaiah Berlin de Tolstói, “nadie ha superado su manera de describir la estructura de una situación determinada en todo un periodo, pasajes ininterrumpidos de la vida de individuos, familias, comunidades, naciones enteras”. Sin embargo, a partir de principios de la década de 1880, el escritor sufre una “reestructuración espiritual” y escribe obras controvertidas como Confesión (1884), un texto autobiográfico en el que habló de las crisis existenciales que lo atormentaron a lo largo de su vida y que casi lo condujeron al suicidio.
Hay quienes marcan, como el fin de la Edad de Oro, las muertes de Dostoievski (1881) y de Turguéniev (1883). Aun así, Tolstói escribiría, después de esa fecha, La muerte de Iván Ilich (1886), La sonata a Kreutzer (1889) y Resurrección (1899), entre otras. Si damos por buena esa periodización, también quedarían excluidos Antón Chéjov, cuyos relatos empezaron a publicarse a mediados de la década de 1880, y Maksim Gorki. Como dijo Valentín Katáiev, “entre el nacimiento de Pushkin (1799) y la muerte de Chéjov (1904) cabe todo un siglo, el siglo de oro de la literatura clásica rusa. Son como los dos extremos de una cadena única ininterrumpida, su principio y su final”. Por eso, otras voces coinciden en que es más coherente dar por terminada la Edad de Oro con el fin de siècle. En 1898, se publicó ¿Qué es el arte?, donde Tolstói cargó contra la literatura realista del siglo XIX. La noción del arte por el arte se apoderó, a partir de entonces, de la escena literaria.
Aunque, como ya hemos dicho, la Edad de Oro no fue un movimiento unificado ni coherente, podemos destacar algunos rasgos distintivos. No se puede descartar que esta eclosión literaria fuera una reacción a la autocracia, pues su florecimiento coincidió con el reinado autoritario de Nicolás I. Durante la Reforma emancipadora del zar libertador Alejandro II y de su sucesor, la literatura siguió evolucionando y participó en los debates sociales de la época. Todos los grandes autores rusos, ávidos lectores de la literatura europea, estaban familiarizados con la herencia occidental, aunque solían rechazarla o parodiarla. En cualquier caso, el mundo de las letras rusas de este periodo, a pesar de la gran influencia que tuvo y sigue teniendo en otras culturas, fue asombrosamente reducido. En Curso de literatura rusa, Nabokov subraya que la literatura rusa, como tal, es un hecho reciente. “Si descontamos una obra maestra medieval [Cantar de las huestes de Ígor], lo que la prosa rusa tiene de comodísimo es que toda ella se contiene en el ánfora de un siglo redondo, con la provisión de una jarrita pequeña para el excedente que pueda haberse acumulado desde entonces. Un solo siglo, el siglo XIX, bastó para que un país que prácticamente carecía de tradición literaria propia crease una literatura que, en valor artístico, en el alcance de su influencia, en todo salvo en volumen, es equiparable a la gloriosa producción de Inglaterra o de Francia, aunque en estos países la creación de obras maestras permanentes se hubiera iniciado mucho antes”.