Una cartografía literaria
Elena Poniatowska es la única premio Cervantes que tiene cuenta en Twitter. Su inagotable curiosidad la llevó, hace un par de años, a inscribirse en esta red social y, a la hora de definirse a sí misma en un breve apunte biográfico, escribió: “más mexicana que el mole”. El mole es una salsa típicamente mexicana pero Elena nació en París, en 1932, en una familia compuesta por la realeza polaca y la aristocracia francesa, y no fue hasta que tenía diez años que emigró, con su familia que escapaba de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, a la tierra del mole. Según ha contado en varias ocasiones, ella y su hermana aprendieron español en México, con su nana, que tenía un lenguaje elástico, lleno de palabros e invenciones lingüísticas que Poniatowska, con gran sentido musical, ha aplicado a su literatura desde su primer libro, Lilus Kikus (1954): “ese edificio bodocudo, blanco, con algo de dorado y mucho de hundido”, así define el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, uno de los escenarios de esa historia que nos cuenta la entrada al mundo de Lilus, una niña de piernas largas, que va formándose una idea de la vida a partir de sus sueños, de su desbordada imaginación, y de sus conversaciones con un filósofo. Cuando Elena escribió este libro ya había estudiado en un colegio en Estados Unidos, y había regresado a México a estudiar periodismo, y ya había logrado colocarse en un periódico importante, para hacer entrevistas, ese género que desde entonces ha sido el motor de su larga, y exitosa, carrera literaria. Elena pregunta todo, tiene un método de conocimiento periodístico que aplica incluso en una conversación casual en el salón de su casa, y ese afán por indagarlo todo la fue convirtiendo en novelista, porque las novelas son justamente eso: una pregunta que el narrador trata de responder durante decenas de páginas y que al final, en lugar de una respuesta, lo que obtiene es una novela.
Lo mejor de la obra de Elena sucede, sin duda, cuando sus novelas se entrelazan con el periodismo o, por decirlo así, con la vida real. En su libro más importante, La noche de Tlatelolco (1971), confeccionó una trama coral a partir del testimonio de un montón de víctimas y testigos presenciales de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en México, en 1968; un parteaguas en la historia del país que consistió, grosso modo, en que el gobierno de entonces, en un acto torpe y brutal, apostó francotiradores para que dispararan sobre los miles de estudiantes que se manifestaban pacíficamente. Además del talento para hurgar en las historias, Elena tiene una fuerte empatía con los pobres, con los desposeídos, con los que son víctimas de alguna injusticia y con las mujeres que padecen el maltrato y los abusos del machismo; esta empatía, que ha llenado durante décadas las columnas que escribe en periódicos, es uno de los vectores que atraviesan su obra literaria, y los que la hemos ido leyendo a lo largo del tiempo tenemos la certeza de que sus libros han ayudado a esclarecer la compleja realidad social mexicana, nos han hecho ver aristas y rincones que sin sus novelas seguirían en la oscuridad; quiero decir que la obra de Elena Poniatowska es la evidencia de que la literatura es útil.
Además del talento para hurgar en las historias, Elena Poniatowska tiene una fuerte empatía con los pobres, con los desposeídos, con los que son víctimas de alguna injusticia y con las mujeres que padecen el maltrato y los abusos del machismoEmpeñado en trazar una cartografía de la literatura de Poniatowska, de la parte sustancial de su obra, descontando Lilus Kikus y La noche de Tlatelolco, que ya he mencionado más arriba, empezaría por Hasta no verte Jesús mío (1969), una novela sin ficción en la que nos cuenta la vida real de la oaxaqueña Jesusa Palancares, una mujer pobre y huérfana que se casa con un militar y se enrola con él en la Revolución mexicana; la narradora la entrevista en Ciudad de México, ya viuda y dedicada al servicio doméstico, y a partir de la información que obtiene hilvana esta célebre novela. Después propondría Querido Diego, te abraza Quiela (1978), un ejercicio epistolar compuesto de doce cartas escritas en París por la pintora rusa Angelina Beloff a su amante, el pintor Diego Rivera, que había regresado a México después de una larga estancia en Europa. De noche vienes (1979) es un libro de relatos, de piezas literarias con un profundo sentido social, lleno de reflexiones sobre el papel tradicional de la mujer: “sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forzadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos”. O Fuerte es el silencio (1980), cinco relatos a partir de hechos reales, la pequeña historia de las personas que termina dándonos un mejor panorama de la vida en México, que el que nos da la Historia con H mayúscula.En el espacio propiamente periodístico de su obra, tenemos el delicioso ¡Ay vida, no me mereces! (1985), en donde ensaya, a partir de su método infalible de preguntarlo absolutamente todo, sobre la vida y obra de Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Juan Rulfo y dos representantes de la literatura de la Onda, una de las vanguardias literarias juveniles de los años setenta: José Agustín y Parménides García Saldaña. En la línea de La noche de Tlatelolco, escribió Nada, nadie: las voces del temblor (1988), una crónica polifónica de los terremotos que sacudieron a Ciudad de México en septiembre de 1985. También son parte de este territorio los ensayos Octavio Paz: las palabras del árbol (1988) y Juan Soriano, niño de mil años (2000).
En 1992 publicó la monumental Tinísima, basada rigurosamente en la realidad, cuyo personaje es la inquietante fotógrafa italiana Tina Modotti, que vivió dos décadas en México, en la primera mitad del siglo XX. Luego viene la novela Paseo de la Reforma (1995), una historia sobre la alta burguesía mexicana que transita alrededor de la famosa avenida capitalina, de la cual extraigo dos líneas: “La poesía, un mundo por nombrar, desapareció para Nora y de su boca ya no salían pájaros”, y la otra: “Una mujer con hijo es una casa tomada”. Después vienen varios títulos que son, quizá, la parte más ambiciosa de su obra. La piel del cielo (2001) es una novela sobre astronomía y el quehacer de los astrónomos, anclada en el personaje principal que está basado en el genio y la figura de Guillermo Haro, el científico que desarrolló en México la infraestructura para observar, de manera profesional, las estrellas y que además fue el esposo de Poniatowska y el padre de sus hijos. Esta novela tiene un muy reciente complemento, El universo o nada (2013), que es técnicamente la biografía de Guillermo Haro, con el curioso añadido de que la biógrafa, a cierta altura de la historia, se convierte en personaje de su propia pluma. Y no podemos olvidarnos de El tren pasa primero (2006), novela inspirada en la lucha social del líder ferrocarrilero mexicano Demetrio Vallejo, ni de Leonora (2011), una biografía de la pintora inglesa Leonora Carrington, escrita en clave de ficción y en la que nos cuenta el paso de su personaje por el grupo surrealista, por un manicomio en Santander y luego por Nueva York, antes de llegar a la Ciudad de México, donde Carrington se queda a vivir y comienza a relacionarse con el mundo artístico y con la misma Elena Poniatowska, que ya empezaba a publicar sus primeros libros y que, igual que ella, había llegado de Europa y se había integrado de tal forma en su nuevo país que años más tarde escribiría, a manera de minibiografía en su cuenta de Twitter: “más mexicana que el mole”.